No suelo pensar
tanto en él cuando estoy en la oficina, pero hoy ha sido una mañana de esas en
que todo sale mal e inevitablemente siento que es por su falta. Lo que me llevó
al síncope, fue el instante en que el taco fue separado de mi zapato justo
cuando salía del ascensor.
Fuera de todo el
griterío porque la puerta del bendito aparato no lograba cerrarse mientras no
quitaban mi odioso taco de ahí. Mis manos buscaron el celular en el bolso,
demasiado acostumbrada a que solucione mis problemas, para recién recordar que
no podía llamarlo. Quise marcar de todos modos, aunque sea para dejarle un
concreto mensaje en su buzón de voz “Esta te costará caro”, pero no lo hice,
contuve mi furia para más tarde, cuando lo tuviese frente a mí.
Comencé a enumerar
cada falta en mi cabeza, cuantificando el esfuerzo que me significaba con la
envergadura de su castigo.
Quiero que me sirva
y él quiere hacer todo lo que me haga feliz. Le fascina ser de toda la utilidad
posible y por esto es que nuestra relación ya llevaba tanto tiempo en pie.
Perder el control no
es parte de mi ser y dejar salir a la sádica que llevo dentro no es algo que
disfrute hacer. Pero hoy se lo está ganando.
Cojeé hasta la
zapatería más cercana, a comprar algo que combine con mis ropas, aprobando mi
imagen con gesto ceñudo, pensando en cuánto es que dependo de él para todas mis
cosas. Luego fui a dejar esos documentos que necesitaban en el banco y recordé que
hoy debía conseguir mi propio almuerzo.
¿En qué momento me
permití depender tanto de él? Necesitarlo hasta para las cosas más
insignificantes. Suspiré. Quizás debiese darme un respiro, dejarlo un par de
meses y volver a recordar lo que es valerme por mi misma. ¡Y la furia se apoderó
de mí nuevamente. Si él estuviese disponible, no estaría pensando estas
idioteces, con lo que cuesta encontrar uno que se amolde a todos tus deseos!
No, sencillamente,
esta me las pagará.
Lo pondré sobre mis
piernas, castigaré sus nalgas desnudas e ignoraré toda su excitación, y la mía,
olvidándolo en la habitación de al lado. Cocinará y servirá mi comida, pero no
le permitiré servirme, ni mirarme, ni siquiera tenerlo en mi presencia. Usaré el
spa para pies, ese que me regaló mi hermana. Ni siquiera podrá dormir como un
perro al final de mi cama.
Terminado el día
laboral, bajo hasta el estacionamiento, recordando que hasta tendré que
conducir hasta mi casa. Permitiendo que la ira crezca dentro de mí. ¿En qué momento
se me ocurrió que estaba bien consentirle ir a esa exposición de arte? Claro,
fui yo la que lo motivó a desarrollar sus habilidades, porque me gustaba ver
sus obras. Realmente es un artista. Para qué decir el desastre de hombre que
era antes de conocerme, con un trabajo que no le gustaba, tímido e inseguro. Hoy
se paraba delante de cualquiera con prestancia, haciéndome sentir orgullosa del
hombre que tengo al lado y que solo me sirve a mí, en todos y cada uno de los
caprichos que se me ocurran.
Definitivamente debo
cortar con esto, nunca quise sentirme de este modo, porque al final, él será mi
perfecto sumiso, pero depender a este nivel, me hace sentir sometida de tan
importantes maneras.
Detengo el vehículo
en la entrada de mi casa y golpeo el volante con fuerza, demasiado molesta para
contenerme. Tomo mis zapatos inservibles del asiento trasero y me deslizo hasta
la puerta, buscando las llaves dentro del bolso.
Lo veo en cuanto
abro la puerta, completamente desnudo, arrodillado en el suelo, la mirada abajo
y, entre sus manos, la varilla que yo misma le hice confeccionar, para los
castigos más severos. Se me forma un nudo en la garganta y mis ojos se llenan
de lágrimas. Tragando rápidamente para alejar esa clase de debilidad.
Sé que ya notó los
zapatos nuevos en mis pies, porque no son los que él me colocó esa mañana, pero
no tuve suficiente con eso, dejando caer los inservibles sobre su espalda,
apenas alcanzando a ocultar el respingo de su cuerpo, continué mi camino.
Suspiré al entrar en
mi dormitorio, desnudándome al ver el vestido sobre la cama, refrescante y cómodo.
Luego de una ducha, fui hasta la cocina, en la mesa junto a la ventana estaba
mi plato servido.
- ¡Ven aquí!
Me senté, sin
esperar su ayuda y bebí del jugo de frambuesa recién preparado, sintiendo el
susurro de sus movimientos en el suelo, avanzando hacia mí como el perfecto
perro, arrodillándose a mi lado. Sé qué quiere hablar, los involuntarios
movimientos de sus manos lo delatan, pero sigo comiendo, pausadamente,
saboreando mi platillo favorito.
- ¿Cómo te fue en la
exposición? – suelta el aire con alivio.
- Lo siento, mi Ama,
no puedo soportar la idea de haberle hecho falta… - poso un dedo en sus labios
y guarda silencio de inmediato.
- Ya me pedirás
disculpas – y su cuerpo se tensa en anticipación – quiero saber cómo te fue.
- Los vendí todos,
mi Ama – murmura con tristeza.
- ¿Y eso no te pone
contento? – alcanzo a ver el atisbo de una sonrisa, pero compone su expresión
apesadumbrada de inmediato.
- Sí, mi Ama, porque
es gracias a usted, yo no sería nada sin usted.
- Yo no te he dado
tu talento – tomo su barbilla entre mis dedos y beso sus labios suavemente – felicitaciones.
- Gracias, mi Ama.
- Ahora ve al
dormitorio, vamos a ver cómo se me ocurre que me pidas disculpas.
- Gracias, mi Ama.
Y sonrío de ver cómo
mi perrito se aleja, moviendo su colita, lleno de felicidad por mí.
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