sábado, 31 de diciembre de 2016

Bye bye 2016, welcome 2017

  Mis muy estimad@s lectores amigos. Último día del año, día de balance y reflexiones para mí y seguramente para muchos de ustedes también. Siendo este mi lugar, en donde vuelco las cosas más profundas que me pasan, donde recreo mis fantasías, escribo mis pensamientos o trato de transmitir mis sentimientos con esas mujeres que de una u otra forma marcaron para siempre mi vida. Aquí también comparto otros trabajos que los considero valiosos y probablemente útiles para los demás.
  Cuando veo que estoy llegando a las 50000 visitas, no lo puedo creer, es un número que escapa a mi imaginación y completamente inesperado y lo único que espero de todo corazón, es que cada una de ellas haya valido la pena y haya contribuido a abrir un poco más las mentes, a ser más tolerantes con aquellos que elegimos vivir nuestra sexualidad de una manera diferente, ni mejor, ni peor, solamente diferente, con otros condimentos y siempre, siempre respetando al otro y sosteniendo que las cosas deben ser consensuadas, acordadas con total libertad y dentro de lo seguro, evitando todo aquello que uno no desea para sí mismo o para los demás.
  En lo personal no estoy cerrando un muy buen año, simplemente tengo la satisfacción de haber llegado al último día, gané algunas batallas, otras como suele pasar, se perdieron, pero de todas ellas algo se aprendió. Las derrotas o aquellas batallas perdidas son las que más enseñanzas nos dejaron, y ya mismo nos estamos preparando para la revancha, porque sabemos que se perdió una batalla solamente y no la guerra.
  Se va un 2016 donde hubo lágrimas, dolor, angustia y mucha incertidumbre, pero acá estamos y mientras estemos vivos, hay esperanza. Quien me viera de afuera, diría que soy un desagradecido porque hacía afuera, materialmente hablando se ve progreso, un hermoso auto, un buen trabajo, una familia feliz, pero esa es la apariencia, esa es la máscara. Porque pienso que la felicidad es un estado interior, un estado de paz y plenitud que nada tiene que ver con lo material y mundano, ya que los mejores regalos que nos da la vida no son cosas, sino momentos. Momentos de plenitud, de éxtasis que cada vez están más lejos; que se van desdibujando y perdiendo cada día más en el horizonte cuando miro hacia atrás.
  Ingrato de mí, sería no reconocer en esta oportunidad a esos buenos amigos que están cerca siempre y de manera completamente desinteresada prestan su oreja y comparten su valioso tiempo con uno, ya sea en uno de esos encuentros filosofales, compartiendo sus textos o sus descubrimientos en esta era de las comunicaciones, donde hay un océano gigantesco de información. También logré consolidar amistades que por el tiempo y las distancias se habían visto un poco diluidas. En más de un caso, esas mismas amistades fueron las que inspiraron algunos de los escritos más lindos de este año (a opinión de quien escribe). 
  Hablando de amistad se dice que un viejo sabio dijo alguna vez que la verdadera riqueza de un ser humano se mide por la cantidad y la calidad de sus amistades. Si así fuera realmente, debo reconocer que soy un gran afortunado.
  Amig@s del Blog, no les quito más tiempo, los quiero a todos y gracias por estar del otro lado, gracias por su tiempo y en este último día del Año Viejo prestos a recibir desafiantes el 2017 les envió mis mejores deseos, toda la fuerza para que hagan realidad sus sueños y proyectos, que haya salud, amor y paz en sus vidas, que Dios, el Universo o en lo que ustedes crean los proteja de las maldades del mundo y que ojalá nos encontremos todos más unidos y tolerantes con lo que no es extraño o diferente.
  MUY FELIZ 2017 para todos y todas.-

jueves, 29 de diciembre de 2016

¿Quién dijo Navidad?

  Hola a todos y perdón por haber descuidado el Blog por tanto tiempo, pero a veces me pasa lo que a muchos y las actividades o compromisos personales demandan de nuestro tiempo más de lo esperado.
  Hoy vuelvo por acá, para compartirles una opinión del destacado periodista y novelista argentino Martín Caparrós en The New York Time el 21 de Diciembre pasado. Espero de todo corazón que los ilumine y les sirva como a mí para reflexionar lo que somos como sociedad.

¿Quién dijo Navidad?
   MADRID – Ya cantan campanitas, campanillas, carrillones. Son días de campanas de Belén y jingle bells y la homilía de un papa y los gritos del pavo y los chasquidos del turrón y los chillidos de la felicidad recién comprada: la Navidad está llegando. Vivimos una vez por año nuestro Momento Dios; de pronto, todos le hacemos caso.
  No suele suceder. Yo no termino de creerme que si me porto bien y fornico mal y voy cada domingo a un galpón lleno de cruces y le cuento mi vida a un señor y cumplo con sus purgas, después voy a vivir unos milenios en el barrio cerrado de Paraíso con angelitos que me toquen el arpa. Tampoco consigo estar seguro de que los amigos Hitler y Stalin y Videla vayan a pasarse los siglos de los siglos quemándose en un asado de sí mismos alimentado por diablitos.
  Ni me parece normal que un señor nacido de una virgen caminara sobre las aguas los días que no producía peces o revivía difuntos y que después se martirizara para salvarnos de la condena eterna y que, por último, se hiciera resucitar por su papá, aprovechando que era un dios. Y, sin embargo, el sábado voy a cenar con una ristra de parientes y nos vamos a querer y sonreír y regalar y atiborrar porque la Iglesia Católica Apostólica Romana ha establecido esta costumbre a partir de aquellos cuentos.
  La prueba de la victoria de una idea es que condicione las vidas de los que no creen en ella. Y si hay algo que triunfó en este mundo es la Iglesia Católica y su mitología. La Navidad es el monumento a ese éxito: el tributo que pagamos cada año a la potencia de una ideología. El momento en que seguimos los relatos y pautas de conducta que inventaron unos monjes hace casi dos mil años –y cuyos continuadores civiles y militares supieron imponer con la cruz y la espada, algún fuego, y la decisión inquebrantable de decidir lo que podíamos y, sobre todo, lo que no podíamos hacer con nuestras vidas—.
  Lo siguen intentando. Son la punta de lanza contra ciertas libertades individuales y ciertos cambios científicos y técnicos. Atacan la investigación con células madre o los métodos anticonceptivos o las parejas homosexuales o los homosexuales (acaban de reafirmar que no pueden ser curas) como antes atacaron el divorcio, el voto femenino, la democracia, la igualdad, el estudio de la medicina y más antes la idea de que la tierra es redonda y gira alrededor del Sol, y siempre cualquier intento de pensar independiente.
  Porque el catolicismo, como buena religión, está basada en la fe ciega: es una escuela de acatamiento y sumisión para enseñar a millones a creer cosas imposibles porque alguien que dice que sabe más les dice que así son. Es una escuela de renuncia al pensamiento propio que los gobiernos en general –y los tiranos en particular— agradecen y usan.
  Y es una organización tan totalitaria que la sola idea de discutirla es considerada “una falta de respeto”. Es sorprendente: su doctrina dice que los que no creemos lo que ellos creen vamos a arder tupido; ha obligado a todos a vivir según sus convicciones. Sin embargo, lo intolerante y ofensivo sería hablar —hablar— sobre ellos como cada quien quiera.
  La Iglesia Católica Apostólica es un pequeño reino teocrático donde el monarca es elegido por sus príncipes. Si en Uganda o Guatemala unos militares golpistas quisieran imponer un soberano vitalicio cuya palabra nadie pudiera cuestionar porque un dios se la dicta, los libres del mundo gritarían y la ONU debatiría cómo mandar tropas. Si en Estados Unidos o en Italia cualquier corporación estableciera que las mujeres no pueden decidir nada ni ocupar ningún cargo directivo, que deben ser personal secundario y obedecer a los hombres sin chistar, terminarían ante los tribunales. Pero si lo hace una compañía religiosa basada en Roma no hay problema: son sus tradiciones, llevan siglos y siglos haciéndolo y eso legitima.
  Hasta cierto punto, al menos. Hace unos años la Iglesia estaba desprestigiada por corruptelas sexuales y bancarias y un exceso de celo reaccionario. Perdía su brillo y su poder caía. Entonces se les ocurrió una idea genial: traer a un peronista. La elección de Jorge Bergoglio —un outsider de adentro, un sudaca europeo, un jesuita curial, un peronista peronista— es un intento de adaptarse a los tiempos aplicando técnicas del movimiento populista argentino al movimiento populista ecuménico: trabajar para el poder a toda costa.
  Lo hacen bien: en septiembre pasado, por ejemplo, millones de venezolanos se movilizaban para que su gobierno aceptara el referendo revocatorio del presidente Nicolás Maduro, cuando el Vaticano decidió mediar. Dijeron que querían impedir males mayores: consiguieron, como suelen, evitar cualquier cambio. Gracias a su intervención el revocatorio quedó casi descartado, la oposición debilitada, el gobierno fortalecido y el hambre será el gran invitado de estas Navidades.
  Lo hacen mejor: la utilidad del señor Bergoglio para su organización está en haber reconocido que precisaba cambiarla un poco si pretendía salvarla. Lo dijo en la famosa entrevista con la revista de su orden, La Civiltà Cattolica: “No podemos seguir insistiendo solo en cuestiones referentes al aborto, al matrimonio entre personas del mismo sexo o al uso de anticonceptivos. Es imposible. (…) Ya conocemos la opinión de la Iglesia y yo soy hijo de la Iglesia, pero no es necesario estar hablando de estas cosas sin cesar (…). Tenemos que encontrar un nuevo equilibrio porque de otra manera el edificio moral de la Iglesia corre peligro de caer como un castillo de naipes, de perder la frescura y el perfume del Evangelio”.
  No habló de cambiar de ideas, por supuesto; cambiar, si acaso, de conversación.
  Las ideas y las conductas, en muchos casos, siguen siendo las mismas. Hace pocos días, en la ciudad argentina de Mendoza, dos curas fueron detenidos por abusar de docenas de chicos con discapacidad en una escuela religiosa para sordos. Ya habían sido denunciados por lo mismo en otra ciudad argentina, La Plata, y sus superiores, en lugar de castigarlos, los habían transferido. Uno de ellos ya lo había hecho en su sede original de Verona, donde otros 50 sacerdotes fueron denunciados por los mismos delitos durante décadas. Sus víctimas le pidieron públicamente justicia al señor Bergoglio en 2014, pero sus abusos siguieron hasta ahora, cuando los padres de las víctimas consiguieron pararlos.
  Pero la imagen ya no es la del desprestigio. El señor Bergoglio consiguió devolver su Iglesia al centro del espectro: titular repetido de los diarios, líder en Twitter, campeón de la sonrisa y la conciencia más o menos social. Jorge Bergoglio es alguien que sabe que para conservar un poder hay que mudar algunas formas de ese poder, adaptarse a momentos y necesidades, decir o callar según convenga: un peronista. Su dios, eterno e inmutable, le agradece el poder renovado.
  Y nosotros, todos nosotros, vamos a festejarlo: muy feliz Navidad, campanas, campanitas.

jueves, 8 de diciembre de 2016

Aferrado a los recuerdos

Mi Reina hoy me puse a pensar en cosas bonitas
y situaciones difíciles de entender.
No hace falta mucha imaginación para darse
cuenta que tu rostro y lo que nos pasó
fue lo primero que vino a mi mente.
 
Ya pasaron más de dos años.
Quizás en algunos más, si Dios lo permite,
se den las cosas como para volver a buscarte.
 
Ese día quiero sorprenderte
y espero verte muy feliz y radiante.
 
Para entonces, quizás ya estés junto a otro hombre.
Si así fueran las circunstancias;
sin lugar a dudas será un trago amargo,
pero también será la única manera
que tenga para justificar mi sacrificio.
 
Tu paz y tu felicidad son la causa primera,
luego mi paciencia y templanza
serán las consecuencias colaterales.
 
Por eso Mi Reina, si yo tuviera el poder,
si pudiera traerte a mi lado
con tan solo pensarte, soñarte o imaginarte;
créeme que no me faltarías
ni un solo día, ni un solo instante.
 
Mientras tanto, viviré aferrado a nuestros recuerdos.