Del muy sitio
de psicología La mente es maravillosa
voy a compartir su última publicación:
Amar demasiado nos
destruye
Cuando hablamos de amar parece que “más”
siempre es sinónimo de “mejor”, y creerse esta mentira es tomarse una píldora
venenosa disfrazada de caramelo. Si analizamos los momentos vividos al lado de
la persona que queremos y el sufrimiento gana por goleada es que algo no va
bien, nos hemos convertido en víctimas de eso que llaman “amor”.
Amar no es sufrir, no es sacrificar
constantemente y apostar siempre al negro. Amar no es estar ciego, no es
justificar hasta lo innombrable, ni perdonar por misericordia cualquier hecho.
Amar no es depender, no es desarrollar un cordón umbilical que te encadene a tu
pareja.
Amar no es solo cuestión de cantidad, sino de
calidad. Amar no es sobreproteger, no es ir detrás resolviendo todos los
problemas que siembra el otro, ni proteger entre algodones a un niño atrapado
en un cuerpo de adulto. Y, por supuesto, amar no es terminar desgarrados física
ni mentalmente, si nuestra relación perjudica nuestro equilibrio emocional e
incluso, quizá, nuestra salud e integridad física, sin duda estamos amando en
exceso.
Las máscaras en la
pareja
Parece que un gran abismo entre hombres y mujeres
separa la forma de entender y enfrentar las relaciones. En ello están
fuertemente implicados los ideales culturales, la educación recibida, el
ambiente familiar en el que te has criado, e incluso la propia biología.
Las experiencias infantiles con nuestras
figuras de referencia y en especial con nuestros padres, juegan un papel
fundamental en cómo nos relacionamos con los demás a lo largo de nuestra vida.
Situaciones dolorosas y difíciles, carencias afectivas, ausencia de figuras
importantes o falta de límites son solo algunos de los factores que marcan
nuestra forma de buscar y dar cariño.
Por un lado, algunas mujeres tienden a
manejar el amor desarrollando una fuerte dependencia u obsesión por la otra
persona. El torrente de emociones se vive de manera muy intensa, se expresa a
través de la necesidad de cuidado y comprensión hacia el otro, adoptando el
papel de “salvadoras” en muchas ocasiones. Así, es bastante irónico el hecho de
que las mujeres puedan responder con tanta compasión ante otros y permanecer
con una venda en los ojos frente al dolor de su propia vida.
Por otra parte, muchos hombres escapan de sus
emociones mediante formas externalizantes, es decir, obsesionándose con su
trabajo, consumiendo drogas o volcando su tiempo libre en hobbies que dejen
poco tiempo para pensar. Suelen ser estrategias de bloqueo emocional debido a
la incapacidad de gestión y compresión de las mismas. No hacer frente al
malestar o a los problemas porque suponen una carga inmanejable, abrumadora,
vergonzosa o culpabilizadora, la cual es mejor evitar.
Este tipo de conductas puede darse tanto en
hombres como en mujeres, pero generalmente son ellas las que desarrollan
patrones de cuidado y sacrificio como forma de buscar y ofrecer cariño,
mientras que los hombres tratan de protegerse y evitar el dolor mediante
objetivos más externos que internos, más impersonales que personales.
¿Cuándo es
demasiado?
Muchas veces no estamos satisfechos con una
pareja, pero nos negamos la realidad diciendo que solo será una mala época. Justificamos
la experiencia pensando que es así como son las relaciones, pasionales al
inicio y tortuosas hasta el fin.
Perdonamos las acciones del otro
convenciéndonos a nosotros mismos de que cambiará. O tal vez no tenemos el
valor suficiente de romper la relación “por miedo a hacer daño”. En realidad,
detrás de todo ello está nuestro propio miedo a sufrir, tenemos miedo de estar
solos o de no encontrar otra persona que pueda soportarnos.
¿Quién no se ha enamorado alguna vez y el
sentimiento no ha sido recíproco? O tal vez teníais un sexo excelente,
embriagador y que dejaba sin sentido, pero el resto de la relación era un
calvario. Quizás te has descubierto a ti misma actuando como una madre con tu
pareja o crees que sin una persona a tu lado nada tiene sentido.
Son muy diversas las situaciones que hemos
podido vivir cuando nos relacionamos con otras personas, y por ello también son
muchos los errores que cometemos y las formas de autoengaño que nos inventamos
para suavizar el dolor.
Tal vez si nos paramos a analizar cómo
actuamos estando con alguien y cómo suelen actuar nuestras parejas con nosotros
podamos encontrar piezas que se asemejan, capítulos que se repiten una y otra
vez, aunque la persona sea otra. Entran y salen parejas en nuestras vidas, pero
tropezamos con las mismas piedras.
Llega un punto en el que estamos sumergidos
en un círculo vicioso, que no hace más que repetirse. Nos vemos incapaces de
salir y ni siquiera sabemos cómo hemos llegado hasta ahí. Otra vez la misma
melodía dramática, los mismos acordes amargos y es que, aunque la orquesta sea
diferente, el director sigues siendo tú. Aunque la persona sea otra, aunque el
momento vital en el que estás es diferente, aunque te prometiste no volver a
pasar por lo mismo, ahí estás otra vez amando demasiado, y demasiado mal.
Las huellas del
pasado
¿Por qué nos ocurre esto? Los patrones que
aprendemos a temprana edad para relacionarnos con los demás quedan muy fijados,
los llevamos practicando toda una vida y el hecho de abandonarlos o cambiarlos
resulta amenazador y un terrible desafío. Pero más difícil resulta darnos
cuenta y tener conciencia de la realidad de la situación, ser capaz de ver
desde dentro todo lo que está ocurriendo.
La clave es empezar a entendernos,
preguntarnos por qué buscamos incesantemente a alguien a quien cuidar o
proteger, por qué se nos corta la voz cuando intentamos explicar qué sentimos y
terminamos por abandonar la tarea. Por qué necesito irrefrenablemente saber qué
está haciendo la otra persona y controlarla cuando no está junto a mí, o por
qué a pesar de sufrir seguimos manteniendo una relación que está muerta en
vida.
Si nuestra forma de relacionarnos nos hace
daño a nosotros y hace daño a la persona que tenemos al lado, pero no hacemos
nada por entenderlo y cambiarlo la vida no será un camino para crecer sino una
lucha por sobrevivir. Si amar resulta doloroso es momento de amarse a uno mismo
para detener el dolor. Ya lo dice Oscar Wild “Amarse a uno mismo es el
principio de una historia de amor eterna”.
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