Debo reconocer a Mistress Roxy el haberme metido la pulga en la camisa para conocer más sobre la vida de esta mujer tan particular. Imposible saber o tan solo adivinar que quedará en la cabeza de cada uno luego de leer la vida de esta joven romana.
En el Museo de Louvre se conserva una estatua que la representa como una adolescente de rasgos finos y delicados, con un perfil bien dibujado, rizos abundantes alrededor de la frente y labios infantiles ligeramente entreabiertos en un esbozo de sonrisa.
Es la Augusta Meretriz (la sublime ramera) fue una muchacha romana de muy buena familia, solamente vivió 23 años y por dos milenios se vienen contando sus vicios, obscenidades y caprichos, señalándola como la más escandalosa de todas las mujeres de la antigua Roma y hasta quizás de la Historia.
Muchos escritos describen a Mesalina como una mujer experimentada e insaciable, corrupta y cruel y esto lo sabemos gracias a los Anales de Tácito, quien nos describe sus correrías nocturnas y su insaciable búsqueda de amantes ocasionales, también resulta imposible ignorar lo que escribieron de ella Suetonio y Plinio el Viejo. Para cualquiera que esté interesado en el FemDom, estos serían valiosos documentos a sumar a una exclusiva colección privada.
Pero para conocerla y comprenderla de verdad hay que saber leer entre las líneas de sus vicisitudes personales e históricas, y sobre todo es necesario tener en mente cuán corrupta y sanguinaria era la Roma de entonces. Una época de moral contradictoria donde las conspiraciones, las delaciones y los asesinatos no daban tregua; el propio palacio del emperador era escenario de muerte y de vicio. Por ende Mesalina es el fruto de aquella época turbia y difícil.
Hija de Valerio Mesala Barbato y de Domicia (sobrina de la hermana de Augusto), crece dentro de la aristocracia romana y con solo quince años era una de las mujeres más deseadas de Roma, lo era por su belleza, su doble ascendencia Julia e incluso por su patrimonio. En el 41 d.C. Calígula la entregó en matrimonio a su tío Claudio, quizá por temor a que los Julios se mezclasen con otras influyentes familias aristocráticas, que podrían hacer peligrar la continuidad monárquica de los descendientes del divinizado Augusto, o, simplemente, como producto de su refinada crueldad. Es así que se convierte en la tercera esposa de Claudio.
Al año siguiente Claudio fue aclamado luego de la conjura que había llevado al asesinato de Calígula. Para los defensores del imperio, Claudio representaba un elemento de continuidad y una garantía contra cambios más profundos que se proponían. De este modo Mesalina se convierte en la consorte nada menos que del “Amo del Mundo”.
En Roma sobreviven todavía las leyes republicanas, según las cuales las mujeres no tienen ningún derecho, ni siquiera a tener un nombre propio, sólo pueden aspirar al nombre de la gens a la que pertenecen. De hecho, Mesalina es el diminutivo de Mesala. Aunque estén sometidas a una condición de tutela perpetua, tanto del marido como del padre, con una existencia marcada por continuas prohibiciones y amenazada por penas muy severas en caso de desobediencia, en realidad a las mujeres romanas del siglo primero después de Cristo se les conceden muchas libertades, como por ejemplo divorciarse, interrumpir sus embarazos y frecuentar a quienes deseen. Es un hecho que las antiguas normas de la ley no se respetan en absoluto. Según la lex, el incesto debería castigarse con la muerte. Sin embargo, en esos años, en Roma, el incesto es una práctica muy extendida. El propio emperador Calígula acostumbra a dormir con sus dos hermanas, demostrando una indiferencia absoluta por las leyes y la moral, para devolver el brío a sus finanzas mermadas, no duda en hacer que se prostituyan, junto con otras nobles parientes, en un ala de su residencia habilitada para ello. Éste es el clima moral en el que se mueve Mesalina; éste es el clima del palacio en el que hace su entrada como joven esposa de Claudio.
Era una muchacha hermosísima y de carácter brillante, consciente de su origen y de los privilegios de su nacimiento, tuvo que aceptar ser entregada como esposa de un hombre quincuagenario, cojo, tartamudo, muy poco atractivo, a tal punto que era considerado por su propia madre como “un aborto que la naturaleza había creado sin concluir" y cuando fue coronado Emperador ya estaba entrando casi en la ancianidad .
Muchos describen a Claudio en tonos grotescos, pero la realidad dice que en sus primeros años de su gobierno, fue un emperador activo y muy atento a la cosa pública, además de un buen general, a quien le bastó una campaña de dieciséis días para culminar la conquista de Bretaña.
Mesalina le da dos hijos, Octavia y Británico. Ella le exhibe su gracia luminosa en los banquetes. Pero Claudio la descuida, absorto en su tarea de sanear las finanzas de Roma y en reorganizar las cuatro oficinas centrales de la casa imperial, que encomienda a cuatro libertos, Narciso, Palante, Polibio y Calixto. La otra falta que comete el emperador es despreciar los encantos de su esposa, prefiriendo las prestaciones más expeditivas de dos profesionales del sexo. Entonces, sintiéndose sola, con apenas dieciocho años de edad, atormentada por los celos, Mesalina trata de conseguir alguna influencia en el ambiente de la corte.
Se cree que es así como comienza la carrera de la emperatriz donde terminará siendo calificada por el mundo clásico como uno de los ejemplos de perversión y ninfomanía más destacados de la historia. Insatisfecha con sus amoríos constantes con los más jóvenes cortesanos, muchos de los cuales murieron por haber accedido a sus deseos, mientras que otros lo hicieron por haberse negado. También se propone como objetivo lograr la condena a muerte del marido de su madre. Para ello se alía con el liberto Narciso, que de hecho la libera del padrastro, pero a la vez suscita contra ella una pérfida espiral de chantajes de la que la joven emperatriz se defiende con excesiva ingenuidad, sin astucia ninguna, limitándose a exhibir su soberbia conciencia de impunidad.
Es probable que la joven esposa de Claudio lograse eliminar a algunos de sus adversarios, entre ellos al poderoso liberto Polibio, pero nunca llegó a ejercer una influencia política real sobre su marido, tampoco tenía capacidad para hacerlo.
Narra Seutonio, que aburrida Mesalina organiza en sus estancias una vida más brillante que la que puede ofrecerle Claudio. Para amenizar las fiestas y las reuniones requiere la presencia asidua de Mnéster, un actor célebre, no sólo por sus espectáculos, sino también por sus prestaciones sexuales. Mnester es un bisexual que unos años antes había sido el favorito de Calígula, y que cautiva sin dificultad a la joven Mesalina, de dieciocho años, logrando que se enamore de él. Más que amor se trata de encandilamiento, de curiosidad, sobre todo sexual. Lo cierto es que Mesalina lo desea.
En un primer momento, Mnester se sustrae tenazmente a sus invitaciones. Quizá no cree prudente tener una relación con la esposa del emperador. Quizá Mesalina, si bien muy hermosa, no le gusta lo suficiente. Hasta que comprende que negarse puede ser más peligroso que entregarse: entonces pasa a convertirse en su amante.
En las estancias de Mesalina las fiestas son cada vez más desenfrenadas. Para animar sus propios impulsos, bastante tibios en realidad, Mnester la inicia en extravagancias sexuales y en una promiscuidad sin prejuicios, con caballeros, aristócratas y prostitutas de excepcional belleza y fantasía. Se cuenta que obligaba a mujeres de familias prestigiosas a prostituirse, incluso en presencia de sus maridos, a cambio de honores y cargos en la ciudad. En una de esas ocasiónes, tras cruzar una apuesta con otra famosa cortesana de la época llamada Escila, donde Mesalina tuvo relaciones sexuales en público con 25 hombres consecutivamente. Cuando Escila se rindió y Mesalina salió victoriosa, pues superó la cifra al llegar al amanecer y seguir compitiendo. Según se dice, aun después de haber atendido a 70 hombres no se sentía satisfecha, llegando hasta la cifra increíble de 200 hombres (pero sin maneras de que esto pueda ser corroborado). Cuando Mesalina pidió a Escila que regresara, ésta se retiró diciendo: "Esta infeliz tiene las entrañas de acero". En las palabras del historiador Suetonio, esta actividad incesante dejaba a la emperatriz “lassata, sed non satiata” (cansada, pero no saciada). Todo ese frenesí erótico le hizo tomar conciencia a Mesalina de la pobreza de su vínculo con Mnester, del que se cansa rápidamente.
Claudio ha inaugurado una época de represión despiadada, y Mesalina tiene miedo por ella y por el futuro de su hijo. Ella es emperatriz, pero ve cómo su trono se tambalea. Es consciente de que no goza del favor de la corte ni del grueso de la burocracia del palacio ¿Qué sería de ella si muriera el Emperador? ¿Qué sería de su hijo, el pequeño Británico, blanco ya de las insidias de Nerón, hijo de su eterna rival Agripina. Sin lugar a dudas un “animal político” mucho más hábil y consumado que ella. Por eso, para poder disfrutar de un poco de tranquilidad y de seguridad, Mesalina piensa que debería tener un círculo de amigos en quien confiar. Pero ¿cómo conquistarlos? ¿Cómo mantener su lealtad?
Una vez más, aparece el liberto Narciso con una propuesta interesante: para obtener los fondos necesarios para tejer una red de personas de confianza ¿Por qué no vender a alto precio el título de “civis romanus”? Algo tan codiciado en las provincias del imperio. Claudio ha creado seis nuevas provincias: las dos Mauritanias, Bretaña, Judea, Tracia y Licia. Y tiene la intención de ampliar la orden de los senadores y los caballeros. Por lo tanto, la ocasión no puede ser mejor. Mesalina, que se siente sola y acosada por el peligro, desearía fiarse de Narciso, pero al mismo tiempo lo teme.
Presa de la inquietud, de las intrigas y del temor. Sexualmente ya está alejada de Mnester, pero no puede contener más sus necesidades sexuales y es así que inicia sus aventuras nocturnas en el barrio popular de la Suburra. Esas mismas de las que nos habla Tácito, con tanto lujo de detalles. Vestida a la moda de las prostitutas de la época, con el pecho reluciente de polvos dorados, los ojos más oscuros y voluptuosos gracias al antimonio, y la boca pintada de carmín, la emperatriz se ofrece en los burdeles de la capital. Con el trasfondo de la Roma imperial y sus caóticas calles, atestadas de artesanos, libertos, mimos, prostitutas y pretorianos, prospera y se comienza a extender “La Leyenda de la Augusta Meretrix".
Desde el momento en que Claudio fue proclamado emperador, Mesalina supo que tenía la posibilidad de convertir a su hijo en heredero del trono si conseguía que su marido sobreviviera hasta la mayoría de edad de Británico y eliminaba a todos sus oponentes, reales o potenciales. Para ello urdió cuantas intrigas fueron necesarias, apoyándose en los libertos de Claudio. Con la complicidad de éstos, Mesalina trató de mantener a Claudio ignorante por años de cuanto sucedía en palacio, al tiempo que se ocupaba de asuntos de Estado de máxima importancia y, sobre todo, se dedicaba a quitar de en medio a todos los potenciales rivales para el ascenso de su hijo al trono imperial.
Las nietas de Augusto, Agripina y Livila, habían sido condenadas al destierro por su propio hermano, Calígula. Claudio, que pretendía fortalecer los lazos de consanguinidad con la familia Julia, las hizo regresar a Roma, donde fueron acogidas por el pueblo con gran entusiasmo, convertidas en mártires de la tiranía de Calígula. Agripina, antes de marchar al destierro, había dejado a su hijo Lucio Domicio Nerón (el futuro emperador) al cuidado de Domicia Lépida, madre de Mesalina. Tan pronto como Agripina regresó a Roma, Nerón se convirtió en el verdadero contrincante de Británico, pero también en el único que escaparía a las maquinaciones de la emperatriz. Livila, por su parte, no tenía hijos, pero estaba casada con Marco Vinicio, a quien el Senado había presentado como candidato al trono el mismo día del asesinato de Calígula.
Es probable que el emperador Claudio si estuviera plenamente consciente de toda la situación, o quizá no sabía lo suficiente. Sea como fuere, él sigue teniendo por su joven consorte un sentimiento de protección afectuosa, aunque sin lugar a dudas distraída. Quien, por el contrario, espera el momento propicio para asestar a Mesalina un golpe mortal es la ambiciosa y enérgica Agripina. Ésta tiene como aliado a Séneca y ambiciona el trono. No tanto para sí, sino para su hijo Nerón.
El primero en encontrar la muerte por medio de un ardid de Mesalina fue precisamente el comandante de las tres legiones asentadas en la Hispania Tarraconense, Apio Silano, nombrado gobernador por Calígula. Según Dión Casio, Mesalina convenció a Claudio para hacer de Apio Silano uno de sus más cercanos colaboradores, al tiempo que le concedía la mano de Domicia Lépida, la madre viuda de Mesalina. Tras incluirlo en su círculo, Mesalina comenzó a requerir sus favores sexuales y ante su negativa, decidió eliminarlo.
Por medio de las intrigas palaciegas y sexuales, Mesalina continuó deshaciéndose de los rivales de Claudio y de Británico. Con total caradurez acusó a Livila (hermana de Calígula), de adulterio con el senador y filósofo cordobés Lucio Anneo Séneca. Mesalina temía la influencia que Livila podía ejercer sobre su tío Claudio, con el que mantenía una estrecha relación, y quería romper los lazos que unían a su esposo Marco Vinicio, favorito del Senado, con la familia Julia. Entonces, Livila fue desterrada nuevamente al sur de Italia, donde murió asesinada poco después. Séneca, por su parte, marchó a Córcega, donde escribió su “Consolación a Polibio”, una larga carta dirigida al secretario de Claudio, para conquistar su perdón. No lo logró hasta el 49 d.C., cuando Agripina la Menor lo hizo regresar como instructor del futuro emperador Nerón.
Los siguientes en ser eliminados por Mesalina fueron Marco Vinicio y Valerio Asiático, colegas en el consulado del año 46 d.C., partícipes ambos en el asesinato de Calígula y propuestos por el Senado como candidatos al trono en el 41 d.C. Mesalina temía que Vinicio tramara su destrucción como venganza por el asesinato de su mujer, Livila, por lo que decidió envenenarlo ella misma. En cuanto a Valerio Asiático, la emperatriz ansiaba no sólo su destrucción, sino los maravillosos jardines de Lúculo, que había remodelado.
Asiático era uno de los hombres más ricos e influyentes de Roma en aquel momento y controlaba las tropas de Germania y una numerosa clientela en la Galia Narbonense, a la que estaba ligado por nacimiento. Pero todo su poder quedó anulado por la astucia de Mesalina. Sosibio, preceptor de Británico, acusó a Valerio Asiático de adulterio con Popea, esposa de Escipión y madre de la futura amante de Nerón. Asiático fue arrestado en Bayas e interrogado en privado por Claudio y Mesalina. Se le condenó a muerte sin juicio previo en el Senado. Tras una cena y un baño tranquilos, Asiático se cortó las venas, comentando con ironía que había escapado a los perversos Tiberio y Calígula, pero había caído presa de las insidias de una mujer y de la credulidad de Claudio. Cuenta Tácito que “Mesalina se apresuró después a urdir la ruina de Popea, instigando a algunas personas a que la impulsaran al suicido por temor a la cárcel”.
En este clima de temor y de incertidumbre busca Mesalina distracciones que la aturdan. No le importa el escándalo: no hace nada, o casi nada, por ocultarse. Quizá añora la ilusión amorosa que sintiera alguna vez por Mnester, o quizá ya no piensa en el amor.
Sin embargo, de repente Mesalina se enamora, con violencia ciega y dedicación absoluta, pero no estamos hablando de uno de los pretorianos con los que suele acostarse, sino de un joven patricio. Tácito lo describe como “el más hermoso de toda la juventud romana”. Este patricio de treinta y cinco años se llama Gayo Silio.
Así pues, Mesalina está enamorada. Con su joven corazón de veintidós años y quiere a toda costa atraer hacia sí el objeto de su amor. Cualquier medio es bueno: ora su generosidad, ora su autoridad. Todo por que Gayo Silio tenga siempre lo que desea, y su vínculo con ella sea cada vez más estrecho. La pasión, violenta y absoluta, termina conduciéndola a la imprudencia. Ambos, con el inconsciente exhibicionismo de los enamorados, no son nada discretos. Ahora su relación está en boca de todos y suscita escándalo.
Para poder regalarle una espléndida mansión en el Pincio, Mesalina manda condenar a muerte a su propietario legítimo, Valerio Asiático, considerado por todos como un hombre amable e influyente. A todo esto Agripina y sus amigos esperan el momento oportuno para asestar contra la incauta emperatriz el golpe decisivo y Mesalina para nada prevenida de todo esto, desarrolla un proyecto delirante: “casarse con su amante”. Decidida a hacer realidad su sueño, organiza un plan del todo descabellado para poder ser libre de nuevo y no incurrir en la ira del emperador, es necesario que Claudio muera asesinado.
Estamos en el año 48 después de Cristo y Mesalina urde, pues, una conjura, para la que encuentra cómplices desprovistos de toda credibilidad y consistencia. El jefe de bomberos, algún jovenzuelo desenfrenado, algún antiguo amante, no faltan los candidatos. Pero los notables del palacio, informados sin tardanza de ese complot de poca monta, están alertas, preparados para intervenir en el momento oportuno.
Cuando las pruebas de lo que Mesalina está tramando son ya inocultables le advierten a Claudio de la situación. Con solo eso, el emperador ya debería castigarla con la muerte. Pero, una vez más, lo retiene el antiguo sentimiento de protección que siente por esa mujer mucho más joven que él.
¿Quién toma las riendas de la situación y convence al emperador de la necesidad de matar a los dos amantes, los dos conspiradores? El liberto Narciso, el antiguo y falso aliado de Mesalina.
Él mismo en persona ordena que se dé muerte a Gayo Silio y después de él, a la emperatriz. Desesperada por la muerte de su amante y movida por un último impulso de dignidad, Mesalina trata de quitarse la vida, dirigiendo un puñal contra su hermoso seno. Pero cuando llega el instante decisivo, le falta valor, le tiembla la mano y la punta del puñal ni siquiera acierta a provocarle un rasguño. Perdiendo la paciencia, el oficial encargado de eliminarla le clava una daga en el corazón, y Mesalina expira.
Al cabo de poco tiempo, Claudio se casa con Agripina y adopta a Nerón. En el año 54 Claudio muere, y son muchos los historiadores convencidos de que no fue de muerte natural, sino inducida por Agripina, que lo envenena para allanarle el camino a su hijo.
Como temía Mesalina, el hijo que tuvo con Claudio, Británico, no llega a ser emperador; no inscribe su nombre en el cuadro de honor del imperio romano. A quien, por el contrario, nadie olvida es justamente a ella, a la escandalosa Mesalina: todos recuerdan sus desenfrenos y sus extravagancias sexuales, sus caprichos y sus locuras; que desde luego realizó, pero que no fueron el único emblema, el único sello distintivo de su vida: si se lee entre líneas, la historia de Mesalina nos narra una Roma violenta y misógina, corrupta y hábil, feroz y disoluta.
Una realidad que una jovencita de quince años afrontó con ingenuidad e inexperiencia y en el momento decisivo, todos fueron más crueles, más hábiles y más astutos que la bella Mesalina, desde los pretorianos que la poseyeron cuando se fingía prostituta, hasta Agripina que logró eliminar a Claudio tras convertirse en su esposa, pasando por el liberto Narciso que fue su cómplice y que después ordenó su muerte. El escándalo que caracteriza a Mesalina es sobre todo el de la inexperiencia: el peor de los pecados para alguien que quiera vivir en el palacio imperial, en el corazón de la Roma imperial.-
Fuentes:
Cayo Cornelio Tácito - Anales Traducido por D. Carlos Coloma
Manuel - El Saber ocupa lugar
Wikipedia
En el Museo de Louvre se conserva una estatua que la representa como una adolescente de rasgos finos y delicados, con un perfil bien dibujado, rizos abundantes alrededor de la frente y labios infantiles ligeramente entreabiertos en un esbozo de sonrisa.
Es la Augusta Meretriz (la sublime ramera) fue una muchacha romana de muy buena familia, solamente vivió 23 años y por dos milenios se vienen contando sus vicios, obscenidades y caprichos, señalándola como la más escandalosa de todas las mujeres de la antigua Roma y hasta quizás de la Historia.
Muchos escritos describen a Mesalina como una mujer experimentada e insaciable, corrupta y cruel y esto lo sabemos gracias a los Anales de Tácito, quien nos describe sus correrías nocturnas y su insaciable búsqueda de amantes ocasionales, también resulta imposible ignorar lo que escribieron de ella Suetonio y Plinio el Viejo. Para cualquiera que esté interesado en el FemDom, estos serían valiosos documentos a sumar a una exclusiva colección privada.
Pero para conocerla y comprenderla de verdad hay que saber leer entre las líneas de sus vicisitudes personales e históricas, y sobre todo es necesario tener en mente cuán corrupta y sanguinaria era la Roma de entonces. Una época de moral contradictoria donde las conspiraciones, las delaciones y los asesinatos no daban tregua; el propio palacio del emperador era escenario de muerte y de vicio. Por ende Mesalina es el fruto de aquella época turbia y difícil.
Hija de Valerio Mesala Barbato y de Domicia (sobrina de la hermana de Augusto), crece dentro de la aristocracia romana y con solo quince años era una de las mujeres más deseadas de Roma, lo era por su belleza, su doble ascendencia Julia e incluso por su patrimonio. En el 41 d.C. Calígula la entregó en matrimonio a su tío Claudio, quizá por temor a que los Julios se mezclasen con otras influyentes familias aristocráticas, que podrían hacer peligrar la continuidad monárquica de los descendientes del divinizado Augusto, o, simplemente, como producto de su refinada crueldad. Es así que se convierte en la tercera esposa de Claudio.
Al año siguiente Claudio fue aclamado luego de la conjura que había llevado al asesinato de Calígula. Para los defensores del imperio, Claudio representaba un elemento de continuidad y una garantía contra cambios más profundos que se proponían. De este modo Mesalina se convierte en la consorte nada menos que del “Amo del Mundo”.
En Roma sobreviven todavía las leyes republicanas, según las cuales las mujeres no tienen ningún derecho, ni siquiera a tener un nombre propio, sólo pueden aspirar al nombre de la gens a la que pertenecen. De hecho, Mesalina es el diminutivo de Mesala. Aunque estén sometidas a una condición de tutela perpetua, tanto del marido como del padre, con una existencia marcada por continuas prohibiciones y amenazada por penas muy severas en caso de desobediencia, en realidad a las mujeres romanas del siglo primero después de Cristo se les conceden muchas libertades, como por ejemplo divorciarse, interrumpir sus embarazos y frecuentar a quienes deseen. Es un hecho que las antiguas normas de la ley no se respetan en absoluto. Según la lex, el incesto debería castigarse con la muerte. Sin embargo, en esos años, en Roma, el incesto es una práctica muy extendida. El propio emperador Calígula acostumbra a dormir con sus dos hermanas, demostrando una indiferencia absoluta por las leyes y la moral, para devolver el brío a sus finanzas mermadas, no duda en hacer que se prostituyan, junto con otras nobles parientes, en un ala de su residencia habilitada para ello. Éste es el clima moral en el que se mueve Mesalina; éste es el clima del palacio en el que hace su entrada como joven esposa de Claudio.
Era una muchacha hermosísima y de carácter brillante, consciente de su origen y de los privilegios de su nacimiento, tuvo que aceptar ser entregada como esposa de un hombre quincuagenario, cojo, tartamudo, muy poco atractivo, a tal punto que era considerado por su propia madre como “un aborto que la naturaleza había creado sin concluir" y cuando fue coronado Emperador ya estaba entrando casi en la ancianidad .
Muchos describen a Claudio en tonos grotescos, pero la realidad dice que en sus primeros años de su gobierno, fue un emperador activo y muy atento a la cosa pública, además de un buen general, a quien le bastó una campaña de dieciséis días para culminar la conquista de Bretaña.
Mesalina le da dos hijos, Octavia y Británico. Ella le exhibe su gracia luminosa en los banquetes. Pero Claudio la descuida, absorto en su tarea de sanear las finanzas de Roma y en reorganizar las cuatro oficinas centrales de la casa imperial, que encomienda a cuatro libertos, Narciso, Palante, Polibio y Calixto. La otra falta que comete el emperador es despreciar los encantos de su esposa, prefiriendo las prestaciones más expeditivas de dos profesionales del sexo. Entonces, sintiéndose sola, con apenas dieciocho años de edad, atormentada por los celos, Mesalina trata de conseguir alguna influencia en el ambiente de la corte.
Se cree que es así como comienza la carrera de la emperatriz donde terminará siendo calificada por el mundo clásico como uno de los ejemplos de perversión y ninfomanía más destacados de la historia. Insatisfecha con sus amoríos constantes con los más jóvenes cortesanos, muchos de los cuales murieron por haber accedido a sus deseos, mientras que otros lo hicieron por haberse negado. También se propone como objetivo lograr la condena a muerte del marido de su madre. Para ello se alía con el liberto Narciso, que de hecho la libera del padrastro, pero a la vez suscita contra ella una pérfida espiral de chantajes de la que la joven emperatriz se defiende con excesiva ingenuidad, sin astucia ninguna, limitándose a exhibir su soberbia conciencia de impunidad.
Es probable que la joven esposa de Claudio lograse eliminar a algunos de sus adversarios, entre ellos al poderoso liberto Polibio, pero nunca llegó a ejercer una influencia política real sobre su marido, tampoco tenía capacidad para hacerlo.
Narra Seutonio, que aburrida Mesalina organiza en sus estancias una vida más brillante que la que puede ofrecerle Claudio. Para amenizar las fiestas y las reuniones requiere la presencia asidua de Mnéster, un actor célebre, no sólo por sus espectáculos, sino también por sus prestaciones sexuales. Mnester es un bisexual que unos años antes había sido el favorito de Calígula, y que cautiva sin dificultad a la joven Mesalina, de dieciocho años, logrando que se enamore de él. Más que amor se trata de encandilamiento, de curiosidad, sobre todo sexual. Lo cierto es que Mesalina lo desea.
En un primer momento, Mnester se sustrae tenazmente a sus invitaciones. Quizá no cree prudente tener una relación con la esposa del emperador. Quizá Mesalina, si bien muy hermosa, no le gusta lo suficiente. Hasta que comprende que negarse puede ser más peligroso que entregarse: entonces pasa a convertirse en su amante.
En las estancias de Mesalina las fiestas son cada vez más desenfrenadas. Para animar sus propios impulsos, bastante tibios en realidad, Mnester la inicia en extravagancias sexuales y en una promiscuidad sin prejuicios, con caballeros, aristócratas y prostitutas de excepcional belleza y fantasía. Se cuenta que obligaba a mujeres de familias prestigiosas a prostituirse, incluso en presencia de sus maridos, a cambio de honores y cargos en la ciudad. En una de esas ocasiónes, tras cruzar una apuesta con otra famosa cortesana de la época llamada Escila, donde Mesalina tuvo relaciones sexuales en público con 25 hombres consecutivamente. Cuando Escila se rindió y Mesalina salió victoriosa, pues superó la cifra al llegar al amanecer y seguir compitiendo. Según se dice, aun después de haber atendido a 70 hombres no se sentía satisfecha, llegando hasta la cifra increíble de 200 hombres (pero sin maneras de que esto pueda ser corroborado). Cuando Mesalina pidió a Escila que regresara, ésta se retiró diciendo: "Esta infeliz tiene las entrañas de acero". En las palabras del historiador Suetonio, esta actividad incesante dejaba a la emperatriz “lassata, sed non satiata” (cansada, pero no saciada). Todo ese frenesí erótico le hizo tomar conciencia a Mesalina de la pobreza de su vínculo con Mnester, del que se cansa rápidamente.
Claudio ha inaugurado una época de represión despiadada, y Mesalina tiene miedo por ella y por el futuro de su hijo. Ella es emperatriz, pero ve cómo su trono se tambalea. Es consciente de que no goza del favor de la corte ni del grueso de la burocracia del palacio ¿Qué sería de ella si muriera el Emperador? ¿Qué sería de su hijo, el pequeño Británico, blanco ya de las insidias de Nerón, hijo de su eterna rival Agripina. Sin lugar a dudas un “animal político” mucho más hábil y consumado que ella. Por eso, para poder disfrutar de un poco de tranquilidad y de seguridad, Mesalina piensa que debería tener un círculo de amigos en quien confiar. Pero ¿cómo conquistarlos? ¿Cómo mantener su lealtad?
Una vez más, aparece el liberto Narciso con una propuesta interesante: para obtener los fondos necesarios para tejer una red de personas de confianza ¿Por qué no vender a alto precio el título de “civis romanus”? Algo tan codiciado en las provincias del imperio. Claudio ha creado seis nuevas provincias: las dos Mauritanias, Bretaña, Judea, Tracia y Licia. Y tiene la intención de ampliar la orden de los senadores y los caballeros. Por lo tanto, la ocasión no puede ser mejor. Mesalina, que se siente sola y acosada por el peligro, desearía fiarse de Narciso, pero al mismo tiempo lo teme.
Presa de la inquietud, de las intrigas y del temor. Sexualmente ya está alejada de Mnester, pero no puede contener más sus necesidades sexuales y es así que inicia sus aventuras nocturnas en el barrio popular de la Suburra. Esas mismas de las que nos habla Tácito, con tanto lujo de detalles. Vestida a la moda de las prostitutas de la época, con el pecho reluciente de polvos dorados, los ojos más oscuros y voluptuosos gracias al antimonio, y la boca pintada de carmín, la emperatriz se ofrece en los burdeles de la capital. Con el trasfondo de la Roma imperial y sus caóticas calles, atestadas de artesanos, libertos, mimos, prostitutas y pretorianos, prospera y se comienza a extender “La Leyenda de la Augusta Meretrix".
Desde el momento en que Claudio fue proclamado emperador, Mesalina supo que tenía la posibilidad de convertir a su hijo en heredero del trono si conseguía que su marido sobreviviera hasta la mayoría de edad de Británico y eliminaba a todos sus oponentes, reales o potenciales. Para ello urdió cuantas intrigas fueron necesarias, apoyándose en los libertos de Claudio. Con la complicidad de éstos, Mesalina trató de mantener a Claudio ignorante por años de cuanto sucedía en palacio, al tiempo que se ocupaba de asuntos de Estado de máxima importancia y, sobre todo, se dedicaba a quitar de en medio a todos los potenciales rivales para el ascenso de su hijo al trono imperial.
Las nietas de Augusto, Agripina y Livila, habían sido condenadas al destierro por su propio hermano, Calígula. Claudio, que pretendía fortalecer los lazos de consanguinidad con la familia Julia, las hizo regresar a Roma, donde fueron acogidas por el pueblo con gran entusiasmo, convertidas en mártires de la tiranía de Calígula. Agripina, antes de marchar al destierro, había dejado a su hijo Lucio Domicio Nerón (el futuro emperador) al cuidado de Domicia Lépida, madre de Mesalina. Tan pronto como Agripina regresó a Roma, Nerón se convirtió en el verdadero contrincante de Británico, pero también en el único que escaparía a las maquinaciones de la emperatriz. Livila, por su parte, no tenía hijos, pero estaba casada con Marco Vinicio, a quien el Senado había presentado como candidato al trono el mismo día del asesinato de Calígula.
Es probable que el emperador Claudio si estuviera plenamente consciente de toda la situación, o quizá no sabía lo suficiente. Sea como fuere, él sigue teniendo por su joven consorte un sentimiento de protección afectuosa, aunque sin lugar a dudas distraída. Quien, por el contrario, espera el momento propicio para asestar a Mesalina un golpe mortal es la ambiciosa y enérgica Agripina. Ésta tiene como aliado a Séneca y ambiciona el trono. No tanto para sí, sino para su hijo Nerón.
El primero en encontrar la muerte por medio de un ardid de Mesalina fue precisamente el comandante de las tres legiones asentadas en la Hispania Tarraconense, Apio Silano, nombrado gobernador por Calígula. Según Dión Casio, Mesalina convenció a Claudio para hacer de Apio Silano uno de sus más cercanos colaboradores, al tiempo que le concedía la mano de Domicia Lépida, la madre viuda de Mesalina. Tras incluirlo en su círculo, Mesalina comenzó a requerir sus favores sexuales y ante su negativa, decidió eliminarlo.
Por medio de las intrigas palaciegas y sexuales, Mesalina continuó deshaciéndose de los rivales de Claudio y de Británico. Con total caradurez acusó a Livila (hermana de Calígula), de adulterio con el senador y filósofo cordobés Lucio Anneo Séneca. Mesalina temía la influencia que Livila podía ejercer sobre su tío Claudio, con el que mantenía una estrecha relación, y quería romper los lazos que unían a su esposo Marco Vinicio, favorito del Senado, con la familia Julia. Entonces, Livila fue desterrada nuevamente al sur de Italia, donde murió asesinada poco después. Séneca, por su parte, marchó a Córcega, donde escribió su “Consolación a Polibio”, una larga carta dirigida al secretario de Claudio, para conquistar su perdón. No lo logró hasta el 49 d.C., cuando Agripina la Menor lo hizo regresar como instructor del futuro emperador Nerón.
Los siguientes en ser eliminados por Mesalina fueron Marco Vinicio y Valerio Asiático, colegas en el consulado del año 46 d.C., partícipes ambos en el asesinato de Calígula y propuestos por el Senado como candidatos al trono en el 41 d.C. Mesalina temía que Vinicio tramara su destrucción como venganza por el asesinato de su mujer, Livila, por lo que decidió envenenarlo ella misma. En cuanto a Valerio Asiático, la emperatriz ansiaba no sólo su destrucción, sino los maravillosos jardines de Lúculo, que había remodelado.
Asiático era uno de los hombres más ricos e influyentes de Roma en aquel momento y controlaba las tropas de Germania y una numerosa clientela en la Galia Narbonense, a la que estaba ligado por nacimiento. Pero todo su poder quedó anulado por la astucia de Mesalina. Sosibio, preceptor de Británico, acusó a Valerio Asiático de adulterio con Popea, esposa de Escipión y madre de la futura amante de Nerón. Asiático fue arrestado en Bayas e interrogado en privado por Claudio y Mesalina. Se le condenó a muerte sin juicio previo en el Senado. Tras una cena y un baño tranquilos, Asiático se cortó las venas, comentando con ironía que había escapado a los perversos Tiberio y Calígula, pero había caído presa de las insidias de una mujer y de la credulidad de Claudio. Cuenta Tácito que “Mesalina se apresuró después a urdir la ruina de Popea, instigando a algunas personas a que la impulsaran al suicido por temor a la cárcel”.
En este clima de temor y de incertidumbre busca Mesalina distracciones que la aturdan. No le importa el escándalo: no hace nada, o casi nada, por ocultarse. Quizá añora la ilusión amorosa que sintiera alguna vez por Mnester, o quizá ya no piensa en el amor.
Sin embargo, de repente Mesalina se enamora, con violencia ciega y dedicación absoluta, pero no estamos hablando de uno de los pretorianos con los que suele acostarse, sino de un joven patricio. Tácito lo describe como “el más hermoso de toda la juventud romana”. Este patricio de treinta y cinco años se llama Gayo Silio.
Así pues, Mesalina está enamorada. Con su joven corazón de veintidós años y quiere a toda costa atraer hacia sí el objeto de su amor. Cualquier medio es bueno: ora su generosidad, ora su autoridad. Todo por que Gayo Silio tenga siempre lo que desea, y su vínculo con ella sea cada vez más estrecho. La pasión, violenta y absoluta, termina conduciéndola a la imprudencia. Ambos, con el inconsciente exhibicionismo de los enamorados, no son nada discretos. Ahora su relación está en boca de todos y suscita escándalo.
Para poder regalarle una espléndida mansión en el Pincio, Mesalina manda condenar a muerte a su propietario legítimo, Valerio Asiático, considerado por todos como un hombre amable e influyente. A todo esto Agripina y sus amigos esperan el momento oportuno para asestar contra la incauta emperatriz el golpe decisivo y Mesalina para nada prevenida de todo esto, desarrolla un proyecto delirante: “casarse con su amante”. Decidida a hacer realidad su sueño, organiza un plan del todo descabellado para poder ser libre de nuevo y no incurrir en la ira del emperador, es necesario que Claudio muera asesinado.
Estamos en el año 48 después de Cristo y Mesalina urde, pues, una conjura, para la que encuentra cómplices desprovistos de toda credibilidad y consistencia. El jefe de bomberos, algún jovenzuelo desenfrenado, algún antiguo amante, no faltan los candidatos. Pero los notables del palacio, informados sin tardanza de ese complot de poca monta, están alertas, preparados para intervenir en el momento oportuno.
Cuando las pruebas de lo que Mesalina está tramando son ya inocultables le advierten a Claudio de la situación. Con solo eso, el emperador ya debería castigarla con la muerte. Pero, una vez más, lo retiene el antiguo sentimiento de protección que siente por esa mujer mucho más joven que él.
¿Quién toma las riendas de la situación y convence al emperador de la necesidad de matar a los dos amantes, los dos conspiradores? El liberto Narciso, el antiguo y falso aliado de Mesalina.
Él mismo en persona ordena que se dé muerte a Gayo Silio y después de él, a la emperatriz. Desesperada por la muerte de su amante y movida por un último impulso de dignidad, Mesalina trata de quitarse la vida, dirigiendo un puñal contra su hermoso seno. Pero cuando llega el instante decisivo, le falta valor, le tiembla la mano y la punta del puñal ni siquiera acierta a provocarle un rasguño. Perdiendo la paciencia, el oficial encargado de eliminarla le clava una daga en el corazón, y Mesalina expira.
Al cabo de poco tiempo, Claudio se casa con Agripina y adopta a Nerón. En el año 54 Claudio muere, y son muchos los historiadores convencidos de que no fue de muerte natural, sino inducida por Agripina, que lo envenena para allanarle el camino a su hijo.
Como temía Mesalina, el hijo que tuvo con Claudio, Británico, no llega a ser emperador; no inscribe su nombre en el cuadro de honor del imperio romano. A quien, por el contrario, nadie olvida es justamente a ella, a la escandalosa Mesalina: todos recuerdan sus desenfrenos y sus extravagancias sexuales, sus caprichos y sus locuras; que desde luego realizó, pero que no fueron el único emblema, el único sello distintivo de su vida: si se lee entre líneas, la historia de Mesalina nos narra una Roma violenta y misógina, corrupta y hábil, feroz y disoluta.
Una realidad que una jovencita de quince años afrontó con ingenuidad e inexperiencia y en el momento decisivo, todos fueron más crueles, más hábiles y más astutos que la bella Mesalina, desde los pretorianos que la poseyeron cuando se fingía prostituta, hasta Agripina que logró eliminar a Claudio tras convertirse en su esposa, pasando por el liberto Narciso que fue su cómplice y que después ordenó su muerte. El escándalo que caracteriza a Mesalina es sobre todo el de la inexperiencia: el peor de los pecados para alguien que quiera vivir en el palacio imperial, en el corazón de la Roma imperial.-
Fuentes:
Cayo Cornelio Tácito - Anales Traducido por D. Carlos Coloma
Manuel - El Saber ocupa lugar
Wikipedia