En el Día Internacional de la Mujer voy a
comenzar este estudio dedicado a la primera fémina: Lilith. Quien fuera creada en
igualdad y al mismo tiempo que Adán pero que no aceptó someterse a él y por
decisión propia se fue del paraíso.
Se cuenta que los hebreos durante su
cautiverio en Babilonia, adaptaron y adoptaron muchos de los mitos, creencias,
tradiciones y leyendas sumerias, acadias y babilónicas. Entre ellas está la de Lilith,
a quien personificaron como el de la maldad femenina.
Repasemos brevemente lo que dice el mito
hebreo:
Dios creó a Lilith del mismo polvo que a
Adán, aunque utilizó además sedimento. Adán y Lilith nunca hallaron armonía
juntos, pues cuando él deseaba yacer con ella, Lilith se sentía ofendida por la
postura reclinada que él exigía. “¿Por qué he de yacer debajo de ti?” preguntaba.
“Yo también fui hecha con polvo y, por tanto, soy tu igual”. Como Adán por
medio de la fuerza trató de obligarla a obedecer, ella pronunció el nombre
mágico de Dios, se elevó por los aires y lo abandonó.
He leído también, que durante su convivencia,
Lilith se sentía muy insatisfecha sexualmente hablando, de ahí lo de la
búsqueda de otras posturas. Otra variante del relato dice que Adán argumenta su
supremacía sobre Lilith afirmando que si fueran creados iguales ella tendría la
misma fuerza que él y ella víctima del abuso de esa fuerza, en un estado de
indefensión o ausencia de la protección de Dios, es que invoca Su nombre como
último recurso.
Siguiendo con la versión hebrea, Adán se
quejó de la insubordinación su compañera y Jehová envió tres ángeles a
buscarla. La encontraron en el Mar Rojo y le ordenaron que regresara, ella se
negó argumentando que ya había tenido varias aventuras amorosas con hombres y
demonios. A partir de entonces se convirtió en un caudal de males para el
hombre.
En la discusión con los ángeles se adjudicó
el derecho sobre los recién nacidos: “...ella vuela y atraviesa el mundo para
encontrar niños que deban ser castigados (por los pecados de sus padres); les
sonríe y los mata. Esto sucede con la luna menguante, ya que la luz disminuye. Otra
de sus atrocidades consiste en que se apropia del semen que no fue vaciado de manera
santa, es decir, del semen de las masturbaciones y de los sueños eróticos, y se embaraza con él,
por ello siempre está pariendo espíritus malignos.
Por último, seduce a los hombres incautos: Ella
se llena de adornos, como una abominable prostituta, y espera en las esquinas
de calles y avenidas para atraer a los hombres. Cuando un tonto se le acerca, ella
lo abraza y lo besa, entonces mezcla su vino con veneno de serpiente para él. Cuando
él ha bebido se desvía hacia ella, y cuando ella ve que él se ha desviado del
camino de la verdad, se quita todos los adornos que se había puesto por este
tonto (y le muestra su verdadero rostro: el de la muerte)
Lilith seduce a la humanidad mediante su
larga cabellera roja, de piel muy blanca y mejillas rosadas y con un rostro
embellecido por cosméticos. Su boca es pequeña, de hermosos labios rojos, sus
besos son dulces, su lengua es aguda como una espada y sus palabras tienen un
tono suave. De sus orejas cuelgan seis pendientes, su cuello está ornamentado
por adornos del este. Se vestimenta cuenta con treinta y nueve adornos y es de
color purpura, su cama es grande y está hecha de lino egipcio.
La versión de los
hechos según Lilith
Teresa Dey escribió en una de sus obras la
declaración de los hechos contados por la propia Lilith y a continuación
trataré de hacer un resumen de la misma:
Génesis 1:27 Y creó Dios al hombre a su
imagen, a imagen de Dios lo creó; varón y hembra los creó.
Yo soy Lilith, la innombrable, la primera
mujer de Adán. Soy mujer y soy demonio; el demonio del deseo, la mujer que se
introduce en los sueños lúbricos, la de pubis de fuego; el demonio de la
rebeldía, la mujer insumisa; el demonio de la libertad, la mujer nocturna de
barro de la tierra; mis Lilim se han mezclado con las hijas de Eva. Los
vástagos de Adán me niegan porque
incapaz de reflejar mi imagen, soy espejo de sus miedos.
Con el tiempo, la mirada de Adán se perdió en
mi búsqueda, sin embargo, solamente me encontraba en un recuerdo lejano y ahora
en sus sueños. Cada día desea dormir durante más tiempo para gozar de mis
visitas ¿Sería éste su nuevo castigo? Soñarse en mis brazos y al abrir los
ojos, toparse con la imagen gastada de la mujer con quien debía permanecer
hasta el fin de sus días. Ver ese abdomen hinchado, los senos caídos, las
canas; respirar ese olor agrio, olor viejo. Él la amó ¿La amó? El no recuerda,
pasó mucho tiempo.
¿Cómo comenzó todo? En el principio creó Dios
los cielos y la tierra. Dijo; “Sea la luz”. Y la luz fue; la separó de las
tinieblas, hizo el día y la noche. Apartó las aguas; hizo que surgieran cielos,
tierra y mares. Hizo florecer el verde, crecieron los árboles y dieron frutos. El
Sol y La Luna aparecieron en el firmamento por Su voluntad, alumbraron el día y
la noche. Las aguas produjeron vida; los cielos se poblaron de aves; animales
de variadas especies caminaron por la tierra.
Durante el sexto día decidió crear al género
humano. Tomó polvo y la tierra, los amasó y dio forma a un cuerpo masculino. Al
mirarlo se vio reflejado; sin embargo, era un Él incompleto. De nuevo recogió
tierra debajo de un olivo y polvo del desierto, los unió y modeló a la primera
mujer, o sea a mí. Al vernos, supo que juntos reproducíamos mejor Su imagen.
Sopló sobre nosotros y nos infundió vida. Nos llamó Adán, que quería decir
tierra y Lilith, viento.
Nos dio el poder de la palabra para que nombráramos el universo. Nos confió Su
Gran Nombre y nos bendijo para que viento y tierra multiplicáramos nuestra
especie.
Hombre y mujer nos miramos deslumbrados; no
sabíamos hacía dónde dirigir la vista, si al cielo brillante, al verdor que nos
rodeaba, o a nuestros propios cuerpos, al cuerpo del otro o a Él, quien con una
sonrisa se alejaba; debía descansar. Un mareo intenso de colores, olores y
sonidos contrastaba con la leve brisa que acariciándonos nos revolvía los
cabellos.
Comenzamos a explorar el mundo nuevo que se nos
acababa de regalar y a cumplir con nuestra única misión, poblarlo todo. Aprendimos
a escuchar la voz del otro, oler las fragancias ajenas, tocar suavidades y
asperezas, de gustar los néctares de piel.
Adán y yo intimamos. Durante los encuentros,
ambos experimentamos la revelación de esa presencia creadora que llevábamos
dentro. Juntos rodamos por los pastos del paraíso;
Adán siempre
quedaba sobre mí, aplastándome. Yo intentaba invertir la posición, pero él me
inmovilizaba.
Se me fue agotando el asombro, el peso de
Adán era asfixiante. Levanté la vista y encontré una faz sonriente y
satisfecha; sin embargo, yo me sentía atrapada en una rendija del Edén. Quería tener
alas o poder correr como un antílope, o rasgar cual pantera. Miré de nuevo
hacia mi compañero y suspiré.
Intuí que debía haber otras maneras de unir nuestros
maravillosos cuerpos nuevos. Le propuse un cambio; y él se negó.
- Tú debes ir debajo; mira a tu señor hacia lo alto, a
tu señor con respeto.
- Mi señor es Elohim, no tú. Nosotros fuimos
hechos del mismo material, bien podría yo estar sobre ti. – Le respondí –
- ¿No ves acaso la diferencia? – dijo Adán –
- Somos distintos pero iguales; Dios nos dio
vida juntos.
- Mírame, soy como la luz del medio día, tú
como la sombra de la tarde, fuiste creada después de mí, tu color lo dice.
- Todos los colores de la creación se
concentran en Elohim, Él nos ama por igual a ambos – Argumenté –
Adán se puso peor, él era más alto, más musculoso
y podía someterme.
- Me debes obediencia mujer – Me dijo
tomándome de la muñeca con una mano de hierro –
Entonces invoqué a Elohim ¿Dónde estaba El?
Quería saber si ese hombre hablaba con la verdad y supliqué por Él.
- ¿Quién eres tú para interrogar al Creador?
Si Él así lo hubiera querido te habría hecho más grande que yo, pero mira, con
una sola mano puedo hacer que te postres ante mí. – la increpó mientras tiraba más
de su brazo –
- Solamente me postraré antes Elohim – respondí
mientras las piernas me temblaban por el esfuerzo tratando de mantenerme erguida
–
Con cada palabra pronunciada por Adán, yo sentía
que el Jardín del Edén se encogía, los árboles me cercaban y me cubrían la luz;
el vaho de los animales me humedecía la piel. Me sentía restringida en mi más
leve movimiento. Entonces Adán, más violento, me tomó por los hombros, quería
tenderme una vez más. Yo odié esas manos, espinos que me traspasaron la carne; me
resistí con la rigidez aprendida de las rocas, pero una lluvia de
aguijones se clavó en mi espalda; el espacio se estrechó entre ambos.
- Elohim ¿Dónde estás? – mi interior
suplicaba su presencia –
Sentí un tirón de mis cabellos, la proximidad
de esa cara sudorosa y de ese aliento que se estaba mezclando con el mío. Quise
girarme para evadirlo, pero él era más fuerte.
Saqué fuerzas de donde no las tenía, miré
llena de rabia los ojos de Adán y pronuncié el nombre secreto de Dios: con sus
doce, treinta y dos y setenta y dos letras a la vez. Adán se sorprendió y retrocedió
asustado.
Yo había hecho uso del poder del nombre
secreto; había recitado las letras que ni siquiera el detentador del Gran
Nombre se atrevía a formular.
Mis palabras liberaron los vientos, que se
reunieron azotando todo cuanto encontraron a su paso; llegaron al mismo tiempo
y se posaron debajo de las plantas de mis pies y me levantaron. Mi cabellera de
mujer se agitaba en cien brazos; mis ojos centelleaban sonrientes ante la
mirada pueril del hombre que segundos atrás me quería someter. Por fin podía
respirar a mis anchas. El paraíso había resultado un sitio demasiado angosto
para dos iguales. Se podía quedar Adán con sus animales y sus árboles; la
creación era vasta y yo ya encontraría otro lugar dónde vivir.
Remonté sobre las praderas, me despedí de las
cuatro vertientes del río que fluía a través del Edén. Así abandoné el paraíso
y volé hacía el oriente. La luna menguante iluminó mi camino mientras flotaba
como sobre las corrientes aéreas acompañada de una lechuza. Sólo me
intranquilizó un calor intenso que subía desde la parte inferior de mi cuerpo;
bajé la vista y mi pubis se había convertido en fuego ardiente. Así viento en
brazos de los cientos
abandonó el
paraíso.
En mi viaje pensaba ¿Por qué Elohim me había
abandonado? ¿Por qué los espíritus puros debíamos rendirle homenaje al hombre
recién moldeado? ¿Por qué Dios lo amaba a él por encima de las demás criaturas
de su creación? Yo no estaba dispuesta a arrodillarme ante ese ser de barro y
aire.
Ya estaba llegando al Mar Rojo, para ese
entonces mi cintura, pubis y piernas parecían un fuego incandescente. Ahí vi
por primera vez a Samael y sentí que esa criatura sí se merecía mi homenaje. Me
miró con atención, trató de adivinar mi nombre en vano. Le dije que era un
ángel caído y sin vueltas ni pérdida de tiempo le suspiré a su oído la pregunta
para saber si tenía interés en descubrirme. No usó palabras, sus ojos amarillos
respondieron y así decidí ofrecerle mi guarida.
Dudo que a lo largo de la historia dos
cuerpos produzcan semejantes ráfagas de luz, como lo hicieron los nuestros. Durante
siete días y siete noches, estallábamos en giros y vuelos circulares,
provocábamos lluvias de estrellas, simulábamos cometas. Nuestras cópulas
iluminaron las praderas y sus cavernas. Fuimos lunas carmesíes. Samael había
abrazado en mí a la mujer de viento y fuego.
Mientras tanto en el Edén, Adán se hallaba
solo, había intentado acoplarse con cabras de tersa piel, becerras gordas y
burras dóciles, pero ninguna de ellas se tiende a él. Entonces invocó a Elohim
y le explicó que sin mujer no podía acatar Sus órdenes. Elohim, miró que Adán
se hallaba compungido y solitario. Sintió pena por él. Llamó a Senóy, Sansenoy
y
Semangedolf para
que me buscaran y me invitaran a regresar al Edén, que ese era mi lugar y con
la promesa del Señor que estaba dispuesto a olvidar mi huida.
Los ángeles me encontraron en las cavernas y
obedientes repitieron las palabras de Elohim y me conminaron a volver con Adán.
Me rehusé; no quería volver a ver a ese hombre y menos quería someterme a él.
- No puedo retornar, he roto el pacto, soy
impura para pisar los pastos del Edén, acaso no han mirado a mis Lilim, ellas
son mi descendencia. Con Samael las he concebido, estas son sus tierras, a él
les pertenecen, como les pertenezco yo ahora y no quiero partir.
- No puedo negarte, Elohim te lo ordena – dijeron
los ángeles en trío –
- Dios es dulce como las uvas, pero Adán es
una raza que rasga y hace sangrar. Yo llamé a mi Señor y Él no me escuchó. Por
eso no quiero volver al Edén.
- Por tercera y última vez. ¡Lilith, regresa!
– me advirtieron –
- ¿Acaso no saben que Elohim me regaló
también la voluntad? Pues bien, hago uso de ella y me quedo aquí – les respondí
a los ángeles con voz airada –
- Si has decidió ser libre, deberás pagar las
consecuencias de tus actos; vivirás y conservarás en tu rostro Su semejanza,
porque Elohim aún te ama, a pesar de que abandonaste el paraíso – me dijo Senoy
–
- Pero no volverás a ver la faz de Dios por
toda la eternidad, no disfrutarás de la luz del día – fue la condenación de Sansenoy
–
- No tendrás siquiera el consuelo de mirarlo
en tu propia cara, no reflejarás tu imagen nunca más. Tu nombre y tu faz se
volverán en tu contra – declaró de forma contundente Semangelof –
En ese momento sentía que millones de
hormigas me caminaban por el cuerpo, que la sangre me abandonaba. El fuego hervía
en mis entrañas.
- Elohim ¿Dónde estás? – clamé una vez más –
- Él nos envió para llevarte con Adán – contestaron
los tres –
- Adán es el gran culpable de que Elohim me
abandone, él deberá pagar – argumenté convencida en mi defensa –
- A Adán no podrás tocarlo; ni a su
descendencia una vez que se haya celebrado el pacto con Dios. Es decir, hasta ocho
días después del nacimiento; mientras tanto, nosotros los protegeremos – respondieron
los ángeles –
- Ustedes no podrán cuidarlos por siempre, en
su ausencia, en su descuido estaré yo – los amenacé –
- Si lo intentas, siquiera frente a nuestros nombres
morirán cientos de Lilim y te quedarás sola – sentenciaron los tres –
- Así sea, pero él pagará – no estaba
dispuesta a retroceder –
- Repetiremos ante Elohim tus palabras – contestaron
Semangelof, Senoy y Sansenoy -
- ¿A qué? ¿A repetirle algo que Él sabe ya? Fuera,
fuera de mi casa, de mis tierras, vayan al Edén a proteger al hombre – bramé
como una leona –
Así fue que volaron los ángeles preocupados
por ese don que Dios nos había otorgado a los seres corpóreos; el albedrío
podría convertir a estas nuevas creaturas en perpetuos proscritos.
Cuando ellos se fueron, bajé mi cabeza para tratar
de contener las cascadas de agua salada que brotaban de mis ojos. Esa noche, el
Mar Rojo se desbordó mientras yo quebrada en llantos seguía implorando la
presencia de Elohim.
En esa misma noche, cuando Adán dormía
plácidamente confiado en su Dios. Él se le acercó sin hacer ruido, acarició sus
rizos y lo sumió en un sueño más profundo aún. Le extrajo la quinta costilla. El
barro no había fraguado del todo y era maleable. Las hábiles manos de Dios
modelaron a una mujer más parecida al hombre que a Él mismo. Le dio un alma
inmortal y la libertad. La aderezó con una tiara de flores y la llamó Eva, que
quiere decir en lenguaje humano: fertilidad.
Despertó al hombre y le acercó la nueva mujer
diciéndole:
- Esta es Eva, tu compañera, es sangre de tu sangre
y hueso de tus huesos. Es tan similar a ti que no podrás separarte de ella, ni
ella de ti. Deberás tener buen cuidado de mostrarle todo el huerto. Pero
recuerda, no deberán comer, ni tocar el árbol de que se encuentra en el centro
del jardín; de hacerlo, morirán – sentenció Elhoim –
Adán miró a la creatura nueva, la llamo
Varona, pues de varón había salido; vio que era dócil y mansa como camella y se
alegró. La tomó de la mano y le fue enseñando los nombres con que había de
llamar a todos los frutos y animales del paraíso. El hombre habló a Dios y se
aprestó a servirlo encima de su nueva mujer.
Samael notó el dolor y el vacío que estaba
creciendo en mí. Puedo decir que él me amaba y nunca dejó de alimentar la
hoguera que habíamos encendido. Hoguera en la Adán tendría que caer algún día.
¿Cómo podía ser que Dios en todo ese tiempo no haya notado la soberbia de
Adán?
Samael y yo pensábamos que si encontrábamos
las pruebas en contra de Adán; Elohim sabría que he actuado con justicia, que nos
perdonaría y que en el futuro podríamos volver a gozar de su presencia. Yo
seguía convencida de la sabiduría absoluta del Creador y que con solo mirarme a
los ojos sabría que no miento o entendería mis razones para hacer lo que hice.
Pero yo no podía acercarme al paraíso, ya que cada una de las puertas estaba custodiada
por ángeles enviados para tal propósito.
No obstante, sí Samael lograra introducirse
en el Edén, había posibilidades de dejar a Adán al descubierto. Así fue que
ideamos un plan: que Samael se introduzca en la piel de una serpiente y burle
la guardia del Eden. Una vez dentro, trepó el árbol que se hallaba justo en el
corazón del huerto y se dispuso a esperar al hombre.
Resultó ser que Eva era más curiosa que Adán;
sus ojos, más nuevos que los de él, se maravillaban tan a menudo de la grandeza
de la creación que se negaba a cerrarlos, aún por las noches, abstraída en las
formas estelares, en el caminar de los animales nocturnos, en el roció del
amanecer sobre los pétalos de las flores, etc.
Fue ella la que se acercó más al árbol y lo
rondaba extasiada. No fue difícil convencerla de que se aproximara más y al ver
a la serpiente preguntó:
- ¿Quién eres tú que vives entre las ramas
del árbol prohibido?
- Me llaman veneno de Dios – contestó Samael
–
- ¿Eres tal vez el guardián del árbol?
- No lo soy – respondió –
- Entonces ¿Por qué no mueres? Si el creados
nos ha dicho que con solo tocar las hojas del árbol caeríamos fulminados por su
rayo – fueron las palabras de Eva –
- Acércate, toca, verás que nada sucede –
afirmó la serpiente –
Eva apenas rozó las hojas y se escondió la
mano. Estupefacta comprobó que seguía ilesa. Abrió más los ojos y pregunto:
- ¿Elohim mintió?
- Para Dios no es necesario que Adán y tú
tengan la ciencia de reconocer el bien frente al mal, los quiere en la
inocencia – dijo la serpiente –
- ¿Por qué?
- Porque quizás podrían enfrentarlo. Él no
desea que duden, ya que tendrían el don de elegir y podrían optar por el mal –
esa fue la respuesta –
- ¿Cómo podríamos buscar el mal si estamos hechos
a Su imagen? Y Él es todo bien – habló Eva con su lógica –
- Adán está moldeado en barro y tú de su
costilla; no son sino arcilla débil y maleable a Sus designios y así seguirán,
a menos que conozcan el sabor de la sabiduría – fueron las palabras tentadoras
de la serpiente –
- Somos hombre y mujer, la creación última...
casi como Él.
- Casi... pero no del todo
- Sí comemos de este árbol seremos además
sabios como Él ¿Cómo podríamos equivocarnos? – razonó Eva y estaba a punto de
caer en la trampa –
- Entonces prueba...
- ¿Seríamos como dioses?
Eva alargó la mano, cortó un fruto y lo
mordió. Sus ojos adquirieron de inmediato un brillo de hielo. Miraba a su
alrededor asustada. El velo que la cubría se desprendió. Había comprendido que
la naturaleza recién creada no era continuación de su piel. Supo Eva que podría
crear, modificar y destruir...
Apareció Adán que la buscaba. Antes de que ella pudiera proferir palabra, él vio la fruta en su mano y la increpó.
Apareció Adán que la buscaba. Antes de que ella pudiera proferir palabra, él vio la fruta en su mano y la increpó.
- ¿Qué hiciste Eva? ¿Cómo te atreviste a
comer del árbol? ¡Nada te ha sucedido!... Muéstrame el fruto – se lo arrancó de
entre los dedos –
Eva se quedó muda, no podía explicarle con
las palabras para él conocidas. Solamente le
dijo:
- Sé cosas que ignoraba. Veo cosas que tú no
ves...
- Recuerda, tú provienes de mí. No puedes
conocer más que yo – respondió Adán –
- Aun así, sé. Adán, tengo miedo...
- ¿Miedo? ¿Qué es el miedo? Habla mujer. ¿Por qué te mueves como las hojas del sauce
al atardecer?
- Tiemblo porque tengo miedo y frío, estoy
desnuda – respondió Eva –
- ¿Desnuda? ¿Qué dices? – preguntó mientras
se acercaba a ella con mirada de ocelote –
- El fruto del árbol otorga sabiduría, sé que
estoy desnuda. Dios lo sabrá también.
- ¿Sabes tanto como Yahveh?
- Pregúntale a la víbora – sugirió Eva –
El hombre levantó la vista, miró a la
serpiente enredada en el árbol. Mordió el fruto que tenía en la mano y dijo:
- Yo también quiero ser como Él...
Adán y Eva se tejieron hojas de higuera para cubrir
su desnudez; desde que fueron creados nunca habían sentido necesidad de
proteger sus cuerpos.
Al escuchar el murmullo de la presencia de
Dios, corrieron a ocultarse, habían desobedecido y sentían todas las piedras
del paraíso sobre sus hombros. Elohim los llamó.
- Estamos desnudos – contestaron –
- Han comido del árbol prohibido. Adán ¿Por
qué desobedecieron? – dijo Elohim con vos de relámpago –
- Señor, la mujer que me diste por compañera,
me dio del árbol y yo comí – respondió Adán de inmediato –
- Elohim se dirigió entonces a Eva: ¿Qué has
hecho?
- La serpiente me engañó – contestó asustada
–
Entonces Yahveh miró a Samael y lo maldijo:
- Por cuanto esto hiciste, maldito serás
entre todas las bestias y entre todos los animales del campo; sobre tu pecho
andarás y polvo comerás todos los días de tu vida. Samael, nadie puede
mostrarme el camino a seguir, Yo soy tu Señor.
Y volviéndose hacia el hombre y la mujer
dijo:
- Deberán salir del Edén. No quiero que
prueben del árbol de la vida nuevamente. Eva, tú sentirás que se te abre el
cuerpo al parir a tus hijos, obedecerás a tu hombre. Adán, habrás de labrar la
tierra, arrancarás espinas y abrojos. Y volverán al polvo del que han sido
formados. Desde hoy tendrán conciencia de su finitud, conocerán la muerte,
pretenderán evitarla en vano. Enterrarán a sus muertos, inventarán rituales. De
poco les servirá el conocimiento, mientras más sabios, mas sufrirán por sus pérdidas,
no podrán curar el dolor por que excederá sus cuerpos. No encontrarán el sitio
que punza. Ese será su castigo. – Sentenció Dios con tristeza –
Mandó que se les entregaran unas pieles de animales
para que se cubrieran y ordenó a uno de sus ángeles que cuidara la gran entrada
del Edén. El cielo se tornó gris, una tormenta centelleante los cubrió. Yahveh
estaba muy triste.
La pareja caminó durante tres días y sus
noches. Llegaron hasta más allá de las tierras colindantes con el paraíso. En
el camino, Adán pensó en mí mientras Eva iba detrás de él; se preguntaba si yo
también hubiera comido del fruto prohibido.
Al amanecer del cuarto día, llegaron a su
destino. Adán y Eva supieron que allí debían parar. Que esas eran sus nuevas tierras
y su lugar para establecerse.
Cuando Samael regresó a Zmargad, estaba muy
cansado luego de arrastrarse por todo el polvoriento camino. El plan no había
salido completamente como lo esperábamos, pero yo no podía evitar los aleteos
de los colibríes en mi garganta al confirmar la forma en que Samael hiso caer a
la pareja de Éden.
Sin embargo, solo una mitad de mi ser estaba
contenta y satisfecha, la otra mitad sentía dolor, como aguijones de abejas
queriendo salir de mi cuerpo. La decepción de Elohim no me alegraba en lo
absoluto. La lluvia incesante era un testimonio de que Dios estaba dolido y que
a ninguno de todos nosotros estaba dispuesto a perdonar. Nuevamente volvieron a
mí las preguntas sobre ¿Cómo podría vivir sin sentir de nuevo Su presencia? ¿Dónde
estaba Elohim?
Al disponerse Adan a descansar en su nuevo
hogar, notó un brote de sangre que partía de entre las piernas de Eva; lo
supuso un nuevo castigo, una muestra de su impureza. Ella no lo había
mencionado, temerosa de que éste fuera el medio que Jehová hubiese elegido para
que muriera. Sin embargo, al tercer día, el sangrado se detuvo. Adán y Eva
nuevamente intimaron, pero por primera vez en tierra inhóspita. A los pocos
meses el vientre de Eva se infló, sus pechos crecieron y son aullidos de lobo
dieron a luz al primer niño nacido de mujer. Adán lo llamó Caín. Todavía
conservaba la imagen, pero era pequeño y lloraba. A Eva le brotaban ríos de
leche de los pechos, el niño bebió, dejó de llorar y se quedó dormido.
Adán no acertaba tratando de comprender la
concepción de esa pequeña creatura, era Eva quien debía dar la vida, ella quien
alimentaba al nuevo ser, en su vientre se hallaba el futuro de la humanidad;
sin embargo, Eva y el niño eran frágiles. A él correspondía solamente sembrar
la simiente. Se asustó ante semejante descubrimiento, debía proteger a su
descendencia. Eva era madre, de su cuerpo había brotado vida y con eso le
bastaba; estaba atada a este pequeñísimo hombre por la enredadera más fuerte.
Dejó de prestar atención a lo que Adán hacía
mientras ella admiraba la tez brillante de su crío y lo ofrecía a Dios. Después
nacieron Abel y Set. Con cada alumbramiento la carne de Eva envejecía, se
aflojaba. Pero no conoció el verdadero dolor por la rajadura del cuerpo,
sino con la muerte
de su hijo Abel por las manos de su Caín y luego el destierro de este; entonces
comprendió el significado del castigo impuesto por Elohim.
Eva lloró tanto que se hizo más pequeña, casi
como una nuez, encorvada y reseca como tierra árida. A cada desgracia,
escuchaba la lamentación de Adán:
- Si tú no hubieras comido del árbol...
Ella bajaba la cabeza y callaba, no tenía
nada que decir, nada repararía la pérdida.
Por esos tiempos, yo seguía siendo dolorosamente
bella y eterna. Comencé intencionalmente a rondar por los sueños de Adán;
quería ver de nuevo nuestra semejanza; quise atraerlo a universo onírico para
poder asomarme por los ojos de Adán y ver al menos la sombra de Elohim por su
intermedio. Pero encontré tan sólo a un anciano de setecientos años, medio
calvo y estriado, de enorme nariz y grandes orejas pobladas de pelos blancuzcos,
que gozaba en sus sueños y sonreía desdentado. Adán no era ni la más leve
imagen de aquel hombre que trató de someterme por la fuerza en el Eden; el
tiempo transcurrido se la había robado. Entonces comprendí que había perdido la
oportunidad de ver lo más parecido a la faz de Dios, que estaría condenada a
buscarla por toda la eternidad o hasta que Elohim se apiadara de mí y volviera a
verme.
Decidí
entonces dar un paso más y nuevamente infiltrándome en sus sueños guie al hombre
hasta su estanque. Adán, por culpa de mis sueños se despertó con calor y sed al
lado de la fuente de agua. Al inclinarse para saciar su sed creyó que lo que el
espejo de agua reflejaba era un animal que él había olvidado de nombrar, pero al
reconocer los movimientos paralelos con los suyos gritó; se observaba aterrado,
se tentaba la cara y los brazos sin poder creer lo que veía. Huyó del lugar
despavorido, ésa no podía ser su imagen. Entonces entendió que no sólo Eva,
sino también él había cambiado.
Así fue que día a día Adán no quería
despertarse, dormía cada vez más tiempo y me buscaba en sus sueños y una vez
más decidí aparecer en ellos y como un vientecillo suave comencé a susurrarle
al oído y le dije:
- Mi imagen no produce ningún reflejo para no
poder verlo a Elohim, pero me doy cuenta que tú también lo has perdido ¿Dónde
está tu belleza Adán? ¿Y tu soberbia? ¿Te das cuenta que dentro de poco serás
sólo polvo? Parece que después de todo, Dios nos amó por igual. El Señor Todopoderoso
es justo – Después de pronunciar esas palabras me alejé para no volver jamás a
acercarme a él –
En los cien años que le restaron de vida desde
aquel momento en el estanque, Adán nunca pudo olvidar su cara decrépita; ni mis
palabras.
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