Esta visto que no soy bueno para predecir el futuro, porque estando ya en casa, después de la breve visita a Julieta y saliendo de la ducha me encuentro con su mensaje que dice lo siguiente: “Gracias por haberme visitado esta tarde. Me hizo bien ese rato que compartimos juntos. Todo lo que hablamos no me deja concentrar en el informe que debo terminar. Que tengas una buena noche”. Automáticamente respondo:“Gracias por escribirme y el placer fue todo mío, pero
ahora concéntrate en el trabajo así no te acostas muy tarde. Ojalá después
logres tener un buen descanso reparador”.
Me acuesto a dormir repasando las cosas que hablamos con Julieta y no puedo dejar de estar asombrado por su personalidad, toda su magia y sus encantos. Sin lugar a dudas que soy un hombre afortunado al poder tener una amistad privilegiada con una mujer tan poco común.
Arranco mi siguiente día laboral como de costumbre y otro mensaje de Julieta: “Buenos días Mío. Estoy organizando mis cosas para que nos veamos el jueves alrededor del mediodía ¿Podrás?”. Mentalmente trato de hacer un repaso de mi semana y no veo inconvenientes, mucho menos a esa hora, por lo que le confirmo mi disponibilidad.
Intercambiando mensajes, Julieta me comentó que sus planes eran que la pasara a buscar por el edificio del cliente donde nos habíamos despedido después de aquella primera sesión (por darle un nombre) y volver a estar juntos en el mismo Hotel de la primera vez.
Sin despedirse o excusarse se produjo una pausa que duró hasta el miércoles. Estaba almorzando en Lo de Charly, una típica parrilla de Buenos Aires que está en la Avenida Álvarez Thomas y Avenida Los Incas. Es un lugar al que suelo concurrir dos o tres veces al mes por lo menos. Saboreando un riquísimo matambre a la pizza, me llega un mensaje de Julieta “Si estas libre, llámame por favor así coordinamos lo de mañana”.
Inmediatamente agarro el teléfono y la llamo. Noto que su voz esta un poco cansina, pero como es ella, lo trata disimular con sonrisas y una conversación agradable. Me reconoce que desde que arranco el lunes, apenas está durmiendo cuatro horas por día y algunas pequeñas siestas de solo minutos, cuando tiene la oportunidad de apoyar la cabeza en algún taxi, subte, colectivo o incluso en la oficina durante el tiempo de almuerzo. Me comentó que la entrevista del jueves por la mañana tenía que ver con eso y que si todo el informe en el que estuvo trabajando estaba bien, lo iba a estar celebrando conmigo. Así como también me advirtió, que si las cosas salían mal, iba a descargar todo su enojo, frustración y rabia sobre mí.
Si bien todo lo dijo en un tono de broma, estaba visto que ese día siguiente era algo muy importante para ella y que debía estar preparado para dos escenarios completamente contrapuestos como lo son el de la felicidad del éxito y el de la tristeza por no haber logrado el objetivo. Pero descarté de mi mente cualquier situación adversa, Julieta no se lo merecía, había trabajado muy duro en ese informe y todo debía salir bien.
El jueves arranco más temprano, para compensar el recreo que me voy a tomar con Julieta. Le escribo un mensaje para desearle mucha suerte. Ella me lo agradece y quedamos en que me avisa cuando esté saliendo.
Cerca de las 11:30 consigo estacionar en la misma cuadra donde está el edificio de su cliente. El día está muy agradable, soleado, no muy fresco, ideal para bajarse del auto y caminar. De esa forma también trato de relajarme un poco hasta el reencuentro con Julieta.
No habré caminado más de una cuadra, que me topo con una gran juguetería. Imposible no tentarse a mirar, por lo menos la vidriera. En segundos algo atrapa mi atención. Entre un montón de Minions, hay una replica de Scarlet Overkill de unos 15 centímetros, muy simpática y no me puedo resistir a comprarla. Me pareció un regalito muy original para Julieta y mientras lo están envolviendo para regalo, un montón de flashes se me vienen a la mente, viéndola a ella en acción. Trato de borrar esas imágenes viendo otras cosas del local y en eso me llega un mensaje de ella que dice: “Estoy bajando”. Pago mi compra y salgo rápidamente a su encuentro. Mientras tanto, la llamo y le refiero donde estoy y donde está el auto estacionado. Su voz se nota muy alegre, por lo que sin temor le pregunto: “¿Cómo salió todo?” y ella con mucha felicidad me cuenta que todo fue mejor de lo esperado.
Fue cómica la escena, porque estábamos hablando por teléfono a solo metros de encontrarnos y mirándonos el uno al otro. Es más, nos dimos un muy fuerte abrazo sin siquiera cortar la comunicación. Le doy mi humilde obsequio y le propongo ir a tomar algo o comer y ella me responde: “Claro que acepto, estuve pensando en eso desde que terminó la entrevista y ya mismo vamos para La Perla, porque vos vas a ser mi banquete. Ándate preparando mentalmente, mientras hago un par de llamados que tienen que ver con la reunión que tuve hace un rato”.
En lo que caminamos hacia el auto y viajamos hasta La Perla no emití una sola palabras, Julieta muy contenta daba el reporte de la entrevista a otras personas. Mi mente no reportaba nada de lo que decía, mi ansiedad por lo que vendría era mucho más fuerte. Entre un llamado y otro me había sugerido pedir la misma habitación de la primera vez, o sea la número 23.
Llegamos al Hotel y luego de las formalidades con el conserje le pregunto por la disponibilidad de la habitación 23. A lo que me responde que la están acondicionando y si no sería molestia esperar 5 minutos más o de lo contrario tenía otras habitaciones en disponibilidad. Julieta que no paraba de hablar por teléfono, hace una pausa y me dice que no hay problema, que esperamos por la 23.
Estacionamos el auto y me quedo mirándola por un tiempo, ella estaba muy concentrada en lo suyo y todo lo que hablaba parecía ser muy importante, hasta que finalmente corto. Me mira y me dice: “Ahora, este momento es nuestro, voy a apagar mi celular y te aseguro que nadie nos va a molestar”. Mis ojos confirman sus palabras, apaga el celular, lo pone adentro de su cartera y se dispone a abrir el regalito que le había entregado. La cara que puso cuando lo vio, su expresión de sorpresa y después lentamente fue girando la cabeza hacia mí y me clavo la vista. “Esto es una provocación ¿Tenés una idea de lo que te puede llegar a pasar ahora? Tuviste la valentía de dármelo antes de empezar. Desde ahora no hablas más, salvo que yo te pregunte algo. Entremos porque los cinco minutos ya se cumplieron hace rato”.
Cuando la veo y la escucho actuar así, me cuesta creer que no haya tenido otras experiencias como Dómina, porque desempeña muy bien su papel. A medida que ella va creciendo en su personaje, yo me voy consumiendo. La sigo a un par de metros y admiro su manera sexi de caminar, su pelo cuidado, su cuerpo es sumamente armonioso y lo luce mejor con prendas de muy buen gusto.
Entramos en la habitación, me pide que asegure la puerta, que me desvista todo y la espere en el baño, de pie con los brazos en alto apoyados y mirando hacia la pared. Así de simple y clara fueron sus instrucciones y traté de cumplirlas a la perfección. La escucho ordenar una botella de vino blanco en un balde con hielo y sin agua, con un par de copas.
Cada segundo de espera parecía una eternidad, no podía contener las ganas de darme vuelta y ver que estaba pasando. El silencio de repente se rompe con algo música, parece ser Romeo Santos quien está cantando. El servicio de habitación golpea la puerta y es entonces que siento la presencia de Julieta en el baño.
Sin decir una sola palabra, siento un chirlo muy bien dado en mi nalga derecha, cierro fuerte los ojos y después una caricia en el lugar de impacto. Luego siento su zapatos en uno de mis tobillos como indicando que separe más los pies y así lo hago. Otro chirlo más y con la misma intensidad y en el mismo lugar que el primero. Mecánicamente mis músculos se contraen, no puedo evitarlo, ella trata de contrarrestar el efecto con una nueva caricia. Repite la misma operación otras tres veces más, hasta que se produce una pausa y me doy cuenta que se está poniendo hielo en una de las copas y sirviéndose el vino.
Algo frío se apoya en mi nuca, es el lado de la copa que comienza a bajar lentamente por mi columna. Cuando llega a la altura de mi cadera siento que el frío se desvía hacia la nalga castigada. El pequeño ardor se alivia casi inmediatamente. Otra pausa, todo se detiene y parece que ella abandona el baño y regresa a los pocos segundos para colocarme el antifaz, nuevamente muy ajustado. Baja uno de mis brazos y lo lleva hacia atrás, coloca una de las esposas y repite lo mismo con el otro brazo. Sus manos en mi cintura, me indican girar para ponerme de frente a ella.
Su silencio me tiene muy tenso, solo se escucha la música que llega desde el dormitorio. Eso potencia sobre manera cada una de las sensaciones. Entonces lo impensado, siento la punta de su lengua sobre la cabeza de mi sexo; mágicamente comienza mi erección y cuando logra estar cerca de su mejor tamaño siento el calor y la suavidad de su boca envolviéndolo todo. Cuando me empiezo a elevar por tanto placer, su mano lo inclina hacia abajo y lo sumerge en su copa de vino helada. Por el cambio de temperatura tiende a contraerse y entonces nuevamente el calor de su boca que saborea el vino desde mi miembro embebido dentro de la copa. Este procedimiento lo realiza por un buen tiempo y mi estado de excitación no para de crecer.
Pero tanto placer no seria gratis, porque de repente siento algo helado atrás de mis testículos, que subía y bajaba por toda la raya de mi cola, mientras ella seguía con su felatio. Placer, escalofríos, calor todo junto. Por primera la siento como sonreírse de la situación. Me costaba cada vez más mantenerme quieto. En eso, lo que me presentía; el cubo de hielo
suavemente comienza a ser introducido por mi ano y es retenido ahí por uno de sus
dedos. Su felatio logra consolar tan incomoda situación hasta que finalmente el
hielo se derrite por completo.
Terminada la helada, tortura sus manos hacen mimos a ambos lados de mi cuerpo mientras su lengua poco a poco va subiendo por mi pecho hasta llegar a mi boca y me regala uno de sus deliciosos besos. Agarra la copa de vino y me hace probarlo, ella va inclinando más y más la copa hasta que solo quedan los hielos dentro de ella y un hilo de vino que se escapa por el costado de mis labios, ella muy atenta lo intercepta con su boca y me besa. No puedo creer tanta sexualidad de su parte.
“Estemos un poco más cómodos en la cama”, me dice mientras me lleva al dormitorio. Suelta una de las esposas y me indica que vaya al medio de la cama. Sin poder ver, tanteando trato de adivinar la posición. “Te quiero panza” me ordena. En eso siento sus piernas a cada lado de mi cuerpo. Un beso mientras lleva mis manos hacia atrás. Me vuelve a esposar la mano libre y con una de las cintas de velcro quedan mis brazos tendidos hacia el cabezal de la cama.
En todas esas maniobras he perdido mi erección, pero eso no será por mucho tiempo. Ella acerca su vagina a mi sexo, mientras me besa cerca de la oreja y acaricia mi cabeza. Poco a poco la sangre vuelve a fluir y apenas Julieta nota un poco de rigidez, enfunda a mi compañero para que siga su crecimiento dentro de ella.
Sus movimientos son muy suaves y Julieta lentamente separa su pecho del mío para quedar en posición perpendicular. Cuando se asegura de la firmeza de mi erección comienza a subir y bajar, haciendo pequeñas pausas cuando esta abajo para dibujar círculos y que mi compañero pueda acariciarla por todos los rincones del interior de su templo.
Daría cualquier cosa por ver las expresiones de su rostro en ese momento, pero no me deja y no quiero interferir en su fantasía, que en definitiva es la mía también. De repente mis pensamientos se interrumpen al sentir sus uñas clavadas en mi pecho, trato de acompañar su ritmo. Ella me da la distancia justa para que pueda pistonear lo más rápido que pueda. Me siente cuando estoy por venir, se sienta, me inmoviliza con sus piernas y se contrae. Milagrosamente logramos coincidir en un unísono y hermoso orgasmo.
Julieta se relaja y cae tendida sobre mí, recuesta su cabeza bajo mi barbilla, siento como late su corazón a la par del mío. Ninguno de los dos emite palabras, no queremos cortar la paz y el éxtasis de esos minutos posteriores. Inmóvil y a medida que me iba relajando sentía como el cálido fluido se derramaba sobre mi pelvis. Con la caída de la última gota Julieta se levantó de la cama y se fue a duchar después de darme un dulce beso como si fuera de recompensa.
Ahí me dejó, tendido sobre la cama, esposado y todavía con los ojos vendados, mientras yo la escuchaba ducharse por un tiempo mucho más largo de lo que hubiera deseado. En eso y sin que ella haya cerrado la ducha, siento que quita mi antifaz y suelta mis esposas. Nada más lindo que poder verla nuevamente, pero privado de ver su desnudez porque su cuerpo ya estaba cubierto por una bata de baño blanca. “Estás libre. Te dejé la ducha abierta. Bañate tranquilo”, me dijo.
Así lo hice y al volver al dormitorio, ella estaba dentro de la cama de espalda al baño. Deduje que desnuda porque la bata estaba tendida sobre el sillón erótico. En silencio y como un gato, entre a la cama y simplemente traté de envolverla con todo mi cuerpo. Ella lucía tan indefensa y frágil. Que hermoso contraste, la misma mujer en dos facetas completamente diferentes.
Calculo que nos quedamos así inmóviles por unos diez o quince minutos. Hasta que se dio vuelta y me dijo “Ahora quiero que me hagas sentir toda tuya”. Debo reconocer que no estaba preparado en lo absoluto para esa situación, pero en definitiva no debía hacer otra cosa que complacerla y para eso fui mandado a hacer. Entendí claramente que ella quería era relajarse del personaje y disfrutar.
Le pedí que se diera vuelta y pusiera los brazos al lado del cuerpo y le comencé a hacer unos masajes. Debo reconocer que no soy un habilidoso para eso, pero traté de hacerlo lo mejor que pude comenzando por su cuello y detrás de sus orejas, luego hombros y espalda, baje a la planta de sus pies, que por cierto me tentaron y uno a uno saboree todos sus dedos. Julieta pareció disfrutar de eso.
Sin que yo dijera nada, ella se dio vuelta y con sus manos me llamó para que le diera un beso. Fue mágico porque automáticamente volví a sentir una erección, quise bajar a humedecer y preparar la zona y ella no me lo permitió. Tenía ansiedad por sentirme en estado de liberación. Abrió sus piernas, sus ojos tomaron ese brillo que me vuelve loco. Y no me quedó otra que entrar, me abrazo y nos fundimos en un solo ser.
Comencé despacio, pero ella parecía querer más, entonces coloqué dos almohadas por debajo de su cintura, para tenerla a mejor altura y lograr una mejor facilidad de movimiento. Julieta ancló sus piernas a la cama y yo la tomé con fuerza desde la cintura para asegurarme que con cada penetración no quedara nada afuera. Ella con sus manos acariciaba sus pechos y inclinaba su cabeza hacia atrás, emitía gemidos suaves. En una pequeña pausa que hice, ella se liberó de la posición, para ponerse en cuatro. Pego su cara y su pecho contra la cama, lo que le daba a su cola una mejor altura y apertura. Estuve muy tentado en atacar su culo y vengarme por lo del hielo, pero no hubiera salido bien, además para ese momento de la situación ya ya estaba demasiado excitado, por lo que borré esa idea de mi cabeza. Me acomodé en la nueva posición y volví a tomarla firme de la cintura. Mis movimientos pélvicos sonaban como chirlos cada vez que golpeaba sus nalgas.
Por primera vez el sumiso estaba en una posición más dominante desde que habíamos comenzado este juego con Julieta y yo no daba crédito a la situación. En eso una de sus manos se cola entre mis piernas y logra acariciar mis testículos. Imposible contenerme, mi eyaculación es inmediata. Me invade en ese instante una mezcla de placer y frustración por no haber podido aguantar hasta que Julieta llegara a su orgasmo.
Ella se incorpora, su espalda se pega a mi pecho, yo la abrazo por arriba de su cintura y ella descansa su cabeza sobre mi hombro derecho mientras sus brazos envuelven los míos. Y en eso me dice “Gracias”. “No mi amor, el agradecido soy yo por este maravilloso regalo que me diste. Jamás me voy a olvidar de este día”, respondo.
Nos dimos una ducha juntos, entre mimos, miradas y caricias. Fueron muy pocas las palabras que nos dijimos, más bien hubieron abrazos y besos cortos mientras nos vestíamos. Yo traté por un momento de ayudarla a vestirse, pero no daba. Julieta estaba fuera del personaje y era mejor seguir así.
Me pidió que por favor la acercara hasta la oficina. Desde el auto llamó a su trabajo para avisar que estaba en viaje para allá, que había hecho una pausa para almorzar y hacer un trámite médico. En definitiva ella no estaba mintiendo, porque sació parte de su apetito sexual y un rato de fantasía también tiene que ver con su salud.
Faltando unas dos cuadras para llegar a su trabajo, me pidió que estacionara. Un beso de despedida y su tradicional consigna: “Yo me vuelvo a comunicar con vos. Muchísimas gracias por el suvenir y este rato juntos. Me hizo muy bien”.
Otra vez más la dejé irse, pero eso es lo natural, ella es completamente libre y soy yo su prisionero.
Terminada la helada, tortura sus manos hacen mimos a ambos lados de mi cuerpo mientras su lengua poco a poco va subiendo por mi pecho hasta llegar a mi boca y me regala uno de sus deliciosos besos. Agarra la copa de vino y me hace probarlo, ella va inclinando más y más la copa hasta que solo quedan los hielos dentro de ella y un hilo de vino que se escapa por el costado de mis labios, ella muy atenta lo intercepta con su boca y me besa. No puedo creer tanta sexualidad de su parte.
“Estemos un poco más cómodos en la cama”, me dice mientras me lleva al dormitorio. Suelta una de las esposas y me indica que vaya al medio de la cama. Sin poder ver, tanteando trato de adivinar la posición. “Te quiero panza” me ordena. En eso siento sus piernas a cada lado de mi cuerpo. Un beso mientras lleva mis manos hacia atrás. Me vuelve a esposar la mano libre y con una de las cintas de velcro quedan mis brazos tendidos hacia el cabezal de la cama.
En todas esas maniobras he perdido mi erección, pero eso no será por mucho tiempo. Ella acerca su vagina a mi sexo, mientras me besa cerca de la oreja y acaricia mi cabeza. Poco a poco la sangre vuelve a fluir y apenas Julieta nota un poco de rigidez, enfunda a mi compañero para que siga su crecimiento dentro de ella.
Sus movimientos son muy suaves y Julieta lentamente separa su pecho del mío para quedar en posición perpendicular. Cuando se asegura de la firmeza de mi erección comienza a subir y bajar, haciendo pequeñas pausas cuando esta abajo para dibujar círculos y que mi compañero pueda acariciarla por todos los rincones del interior de su templo.
Daría cualquier cosa por ver las expresiones de su rostro en ese momento, pero no me deja y no quiero interferir en su fantasía, que en definitiva es la mía también. De repente mis pensamientos se interrumpen al sentir sus uñas clavadas en mi pecho, trato de acompañar su ritmo. Ella me da la distancia justa para que pueda pistonear lo más rápido que pueda. Me siente cuando estoy por venir, se sienta, me inmoviliza con sus piernas y se contrae. Milagrosamente logramos coincidir en un unísono y hermoso orgasmo.
Julieta se relaja y cae tendida sobre mí, recuesta su cabeza bajo mi barbilla, siento como late su corazón a la par del mío. Ninguno de los dos emite palabras, no queremos cortar la paz y el éxtasis de esos minutos posteriores. Inmóvil y a medida que me iba relajando sentía como el cálido fluido se derramaba sobre mi pelvis. Con la caída de la última gota Julieta se levantó de la cama y se fue a duchar después de darme un dulce beso como si fuera de recompensa.
Ahí me dejó, tendido sobre la cama, esposado y todavía con los ojos vendados, mientras yo la escuchaba ducharse por un tiempo mucho más largo de lo que hubiera deseado. En eso y sin que ella haya cerrado la ducha, siento que quita mi antifaz y suelta mis esposas. Nada más lindo que poder verla nuevamente, pero privado de ver su desnudez porque su cuerpo ya estaba cubierto por una bata de baño blanca. “Estás libre. Te dejé la ducha abierta. Bañate tranquilo”, me dijo.
Así lo hice y al volver al dormitorio, ella estaba dentro de la cama de espalda al baño. Deduje que desnuda porque la bata estaba tendida sobre el sillón erótico. En silencio y como un gato, entre a la cama y simplemente traté de envolverla con todo mi cuerpo. Ella lucía tan indefensa y frágil. Que hermoso contraste, la misma mujer en dos facetas completamente diferentes.
Calculo que nos quedamos así inmóviles por unos diez o quince minutos. Hasta que se dio vuelta y me dijo “Ahora quiero que me hagas sentir toda tuya”. Debo reconocer que no estaba preparado en lo absoluto para esa situación, pero en definitiva no debía hacer otra cosa que complacerla y para eso fui mandado a hacer. Entendí claramente que ella quería era relajarse del personaje y disfrutar.
Le pedí que se diera vuelta y pusiera los brazos al lado del cuerpo y le comencé a hacer unos masajes. Debo reconocer que no soy un habilidoso para eso, pero traté de hacerlo lo mejor que pude comenzando por su cuello y detrás de sus orejas, luego hombros y espalda, baje a la planta de sus pies, que por cierto me tentaron y uno a uno saboree todos sus dedos. Julieta pareció disfrutar de eso.
Sin que yo dijera nada, ella se dio vuelta y con sus manos me llamó para que le diera un beso. Fue mágico porque automáticamente volví a sentir una erección, quise bajar a humedecer y preparar la zona y ella no me lo permitió. Tenía ansiedad por sentirme en estado de liberación. Abrió sus piernas, sus ojos tomaron ese brillo que me vuelve loco. Y no me quedó otra que entrar, me abrazo y nos fundimos en un solo ser.
Comencé despacio, pero ella parecía querer más, entonces coloqué dos almohadas por debajo de su cintura, para tenerla a mejor altura y lograr una mejor facilidad de movimiento. Julieta ancló sus piernas a la cama y yo la tomé con fuerza desde la cintura para asegurarme que con cada penetración no quedara nada afuera. Ella con sus manos acariciaba sus pechos y inclinaba su cabeza hacia atrás, emitía gemidos suaves. En una pequeña pausa que hice, ella se liberó de la posición, para ponerse en cuatro. Pego su cara y su pecho contra la cama, lo que le daba a su cola una mejor altura y apertura. Estuve muy tentado en atacar su culo y vengarme por lo del hielo, pero no hubiera salido bien, además para ese momento de la situación ya ya estaba demasiado excitado, por lo que borré esa idea de mi cabeza. Me acomodé en la nueva posición y volví a tomarla firme de la cintura. Mis movimientos pélvicos sonaban como chirlos cada vez que golpeaba sus nalgas.
Por primera vez el sumiso estaba en una posición más dominante desde que habíamos comenzado este juego con Julieta y yo no daba crédito a la situación. En eso una de sus manos se cola entre mis piernas y logra acariciar mis testículos. Imposible contenerme, mi eyaculación es inmediata. Me invade en ese instante una mezcla de placer y frustración por no haber podido aguantar hasta que Julieta llegara a su orgasmo.
Ella se incorpora, su espalda se pega a mi pecho, yo la abrazo por arriba de su cintura y ella descansa su cabeza sobre mi hombro derecho mientras sus brazos envuelven los míos. Y en eso me dice “Gracias”. “No mi amor, el agradecido soy yo por este maravilloso regalo que me diste. Jamás me voy a olvidar de este día”, respondo.
Nos dimos una ducha juntos, entre mimos, miradas y caricias. Fueron muy pocas las palabras que nos dijimos, más bien hubieron abrazos y besos cortos mientras nos vestíamos. Yo traté por un momento de ayudarla a vestirse, pero no daba. Julieta estaba fuera del personaje y era mejor seguir así.
Me pidió que por favor la acercara hasta la oficina. Desde el auto llamó a su trabajo para avisar que estaba en viaje para allá, que había hecho una pausa para almorzar y hacer un trámite médico. En definitiva ella no estaba mintiendo, porque sació parte de su apetito sexual y un rato de fantasía también tiene que ver con su salud.
Faltando unas dos cuadras para llegar a su trabajo, me pidió que estacionara. Un beso de despedida y su tradicional consigna: “Yo me vuelvo a comunicar con vos. Muchísimas gracias por el suvenir y este rato juntos. Me hizo muy bien”.
Otra vez más la dejé irse, pero eso es lo natural, ella es completamente libre y soy yo su prisionero.
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