martes, 28 de febrero de 2017

La Cortesana Honesta

Veronica Franco por Tintoretto
  Por sugerencia de “Mi Reina”, me puse a estudiar he investigar lo que fue la vida de Veronica Franco en la Venecia de Siglo XVI. Después de hacer una selección de las fuentes, decidí quedarme para hacer este trabajo con las publicaciones de Erika Bornay (Veronica Franco “Cortesanae Honestae”) y el de Fausto Diaz Padilla (Veronica Franco: Poesía culta en boca popular).
  Como siempre, es una de mis intenciones destacar a todas aquellas mujeres que de una u otra forma rompieron esquemas, que lucharon por sus sueños y que marcaron historia. Si bien la historia muchas veces es injusta con algunos personajes, sobre todo con aquellos que fueron vencidos o que pudieron ser una amenaza para lo que socialmente se había establecido como modelo correcto a seguir. Y justamente la vida de Veronica Franco se desarrolla en un momento muy oscuro y difícil para cualquier mujer de la península itálica y es por eso que está tan cargada de experiencias y desafíos que la convierte en una mujer digna de conocer y admirar.
  En la Italia de los siglos XV y XVI, especialmente en las ciudades de Roma y Venecia, se desarrolló lo que se puede definir como un fenómeno social y cultural conocido como el de la cortesanae honestae. Elevada al nivel de amante o de compañera refinada y culta de la sociedad masculina (similar a las hetairas griegas). Aquellas cortesanas italianas del Renacimiento fueron las amigas íntimas de poetas, príncipes, embajadores y altos dignatarios eclesiásticos. Sus rostros, aunque no identificados como retratos pertenecientes a una persona concreta, fueron pintados en muchas ocasiones por los grandes maestros de su época: Tiziano, Tintoretto, Rafael o Palma el Vecchio.
  Pietro Aretino, aquel antiacadémico escritor calificado por Ariosto como "flagelo de príncipes", dedicó una parte de su obra a informar de manera realista, no exenta de cinismo, sobre aquellas casi míticas cortesanas del Renacimiento. Pero si bien su lectura es apasionante, no responde a la pregunta del por qué en un momento determinado de aquel fascinante periodo italiano, dentro del mundo de las mercenarias del amor se formó una elite de prostitutas que progresivamente fueron encarnando un ideal femenino y un concepto de belleza que llegaría a ser famoso.
  En el Quattrocento las fuerzas sociales que aparecen como el motor de este fenómeno, parcialmente regenerado por el humanismo, convergen en la Roma finisecular. En aquella época la metrópoli del papado no sólo era una ciudad de hombres solteros, sino que, además la población masculina excedía en mucho a la femenina. Probablemente esta circunstancia influyó de un modo u otro en el hecho de que la capital de la cristiandad casi pasara a ser la capital de la prostitución femenina. Altos dignatarios, embajadores, banqueros, comerciantes, burócratas, oficiales militares, etc. Es decir, toda una sociedad representante del poder y sus aledaños, trataba de conseguir los favores de La Iglesia, formando una activa población, en gran parte flotante, que giraba en torno de una indulgente corte papal.
  Giovanni Burchard, un cronista de la corte del Borgia Alejandro VI, parece que fue el primero en utilizar el término de cortesanae honestae para diferenciarlas de las prostitutas comunes. El meretricio se había extendido por Roma de forma considerada por muchos de altamente alarmante, pero de entre aquellas mujeres, mayoritariamente explotadas por los que recurrían a los placeres del deleite carnal, iba a surgir una aristocracia de cortesanas, sofisticadas y elegantes, no únicamente de apariencia y entorno, sino también de intelecto. Veronica Franco sugiere en una de sus cartas que aquellas cortesanas evocaban una nueva Edad de Oro, recreando la atmósfera del mundo de la Antigüedad. Esto fue también posible, porque aquellos papas junto a su pasión por el arte y su reconocido hedonismo, no impusieron restricciones a la permisividad de la sociedad. Contribuyendo así a hacer de Roma el lugar más audaz y atractivo de la península italiana.
  Tal vez sea muy osado afirmar que se trataría de los primeros ejemplos de mujer moderna, emancipada del yugo matrimonial que consiguió una posición económica con una relativa autonomía. Muchas de ellas bajo el consejo y guía de sus propias madres vieron las ventajas de prepararse para poder ser al mismo tiempo un hermoso objeto lujurioso y una compañía deseable para los miembros más poderosos de la sociedad.
  Ciertas de estas cortesanas recibían clases de humanistas y poetas, aprendían música y canto. Algunas, cuando salían a la calle para ir a la iglesia, llevaban consigo, de forma que fuera bien visible, algún volumen de Horacio, Ovidio o Boccaccio. Existe un famoso retrato en Florencia de Laura Battiferri, realizado por Bronzino, en el cual esta recatada poetisa aparece de riguroso perfil, mostrando al espectador un libro de Petrarca abierto por una página que recoge un soneto a Laura. Pues bien, la cortesanae honestae, estudiaba los clásicos de las más respetables figuras de la cultura, exhibía con orgullo y no exenta de vanidad, sus conocimientos. Un arma que unía sabiamente a la seducción de sus atractivos físicos.
  Estas mujeres abrían cenáculos literarios en sus lujosas residencias (a veces verdaderos palacios), en donde no todo el mundo tenía acceso. Allí, los adolescentes y jóvenes aprendían buenas maneras y a mejorar la finura de su vocabulario y expresión oral. En realidad, era todo un curso de bel parlare y así debió entenderlo la conocida con el curioso nombre de Matrema-non-vole, que llegó a ser célebre por su afán en desarrollar e imponer estrictas reglas para embellecer la lengua toscana. Se afirma de ella que era una mujer sabia, capaz de recitar de memoria largos párrafos de Horacio, Virgilio o Petrarca.
  Para que tengamos una idea del número de mujeres que habían llegado a convertirse en cortesanas en la ciudad de Venecia y por supuesto con la protección del estado y distribuidas en determinados espacios ciudadanos (algunos de ellos situados alrededor del Rialto). Por aumentos de oferta y competencia, esa misma ley que confinaba a las meretrices a mantenerse en ghetos para tratar de establecer un control social se veía quebrantada de manera constante en busca de colonizar nuevos espacios urbanos. Estamos hablando entre diez y doce mil rameras de acuerdo a los censos de la década del año 1580. De ese número, se afirma que unas ciento cincuenta vivían como princesas.
  El contraste del espacio público veneciano debió ofrecer sorprendentes contrastes, pues existía una tradición casi oriental, impuesta y aplicada con no poco celo por sus habitantes masculinos, que prácticamente confinaba a la mujer a estar en la casa como si estuviese en una prisión, limitando sus salidas a los servicios religiosos y ocasionalmente a visitas familiares. En general, la geografía urbana de la Italia de la época estaba en gran parte habitada sólo por los hombres. Era aquella una sociedad muy viril y agresiva, en cuyas calles fácilmente se sucedían trifulcas y desórdenes.
  A los hombres por costumbre y por ley se les permitía ir armados, pero las mujeres en las contadas ocasiones en las que salían de su casa no lo tenían, por lo que su vulnerabilidad a acosos aumentaba. Esta situación forzó a que cuando tuvieran que salir lo hicieran acompañadas por un hombre.
  El viajero Philip Skippon sobre Venecia escribió: “Pocas mujeres pasean por las calles al lado de las rameras. Por otra parte, la identidad y la apariencia de estas mujeres virtuosas, no era visible para los transeúntes, puesto que van cubiertas con velos de pies a cabeza y me pregunto cómo pueden ver por donde caminan.
  Veronica Franco junto con Gaspara Stampa, ambas cultas y refinadas, fueron las poetisas más importantes del Renacimiento. Veronica, la más famosa cortesana veneciana de la segunda mitad del siglo XVI, publicó diversas obras tanto en verso como en prosa y recurriendo a la fórmula de la biografía. Hace una crítica de la doble moral de la sociedad veneciana y de la condición de la mujer en ella, defendiendo sus derechos y afirmando que muchas mujeres han tenido que acogerse a la prostitución por la injusticia social imperante.
  En el Museo Correr de Venecia, existe un grabado de la Franco, suntuosamente vestida y tal vez es asimismo ella la seductora figura femenina que pintó Tintoretto, de quien la poetisa era amiga y que podemos admirar en el Museo de Prado bajo el título “La dama que se descubre el seno”, el cuadro de mayor calidad de todos los que de "venecianas" posee el museo. Hay noticia, aunque no confirmada, de que Veronica, por su condición de literata, participó en los debates sobre los respectivos méritos de los artistas antiguos y modernos, de gran actualidad entonces en los medios artísticos de la República. Su renombre, tanto por sus finos saberes intelectuales como amatorios, fue tal que se extendió más allá de las aguas de la laguna, por lo que no tiene nada de sorprendente que cuando en 1574 Enrique III de Francia hizo una estancia en la Serenísima, reclamara su compañía.
  Gaspara Stampa era muy encomiada por su voz y su dominio del laúd, así como por su belleza. Escribió unas conocidas rimas en las que elogia la libertad de Venecia y unos poemas amorosos que causaron la admiración de Rilke y d'Annunzio.
  No fueron estas las únicas cortesanas literatas. Tullia d'Aragona se libró de la obligación de cubrirse con el velo amarillo que las leyes imponían llevar a las prostitutas, escribiendo con la ayuda de algunos de sus cultos amantes y protectores, un volumen de versos que se lo regaló al duque de Ferrara y que fue aceptado por este con mucho placer.
  El aspecto exterior de estas damas del amor, viene recogido anónimamente por los grandes maestros venecianos del momento. Las fuentes dejan entender que las modelos preferidas, sobre todo por el pintor Veronés para la representación de imágenes femeninas, eran las mujeres libres, para quien posar era un medio digno de ganarse la vida y ninguna regla social se lo impedía, al contrario que las mujeres virtuosas. En algunas obras se las puede reconocer en primer lugar por llevar un velo amarillo y por la ausencia de joyas, ausencia esta, muy delatora sobre la condición de la retratada puesto que ello contrastaba con la suntuosidad del vestido cuya riqueza y según la moda de la época, exigía el adorno complementario de unas joyas, como se puede observar en todos los retratos de las damas de la aristocracia.
  Existían otros aspectos relacionados con la belleza de las cortesanas que compartían, asimismo, con el resto de mujeres respetables. Me refiero a su piel nacarada y a su larga y brillante cabellera de oro. Cesare Vecellio, además de haber recogido en una serie de grabados del vestuario y los ornamentos de la suntuosa sociedad de la época, nos proporciona una valiosísima información de la ceremonia que constituía para las mujeres el cuidado de sus cabellos, en particular para las que no los tenían rubios y se veían obligadas a recurrir a los tintes. Vecellio ejecutó varias estampas de su figura subida a la azotea de la casa, entregada con todo empeño a la tarea de conseguir con las pócimas una de aquellas doradas cabelleras que harían famosa la imagen de las venecianas del Renacimiento.

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