sábado, 27 de agosto de 2016

Las Chamanas y las Sacerdotisas de la antiguedad


  Compartiré con ustedes el análisis de un material muy interesante que me llegó gracias a una gran amiga en la vida real y digamos que nueva en el Blog. El artículo que ella me propone tratar está extraído del libro Luna Roja de Miranda Gray.
  La propuesta de ambos es hacer que más mujeres tomen conciencia de lo indispensable y valiosa que fue y es su existencia. Ya que son las mujeres quienes tienen el vínculo intuitivo con las energías de la vida, el nacimiento y la muerte. Son las mujeres las que sienten la divinidad dentro de la tierra, en la naturaleza y por supuesto dentro de sí misma. A partir de este conocimiento la mujer se relaciona no sólo con lo visible y terrenal, sino con los aspectos in­visibles y espirituales de su existencia.
  En la antigüedad fueron muchas las mujeres que a través de un estado alterado de conciencia que estaba íntimamente relacionado con su ciclo menstrual que se fueron convirtiendo en Chamanas o Curanderas y más adelante en Sacerdotisas que aportaron a sus comunidades y al mundo su energía, claridad y la conexión con lo divino. La curación, la magia, la profecía, la enseñanza, la inspiración y la supervivencia provinieron de su capacidad de sentir ambos mundos, de viajar entre los dos y de llevar sus experiencias de uno a otro.
  Cuando se produjo el incremento del dominio masculino en la sociedad y sobre todo dentro de las diferentes religiones, esto provocó que la posición social de la Chamana y la Sacerdotisa fuera en decremento a tal punto que los hombres terminaron por adoptar sus roles.
  El papel de la sacerdotisa fue tan fuertemente reprimido por la sociedad occidental, que la actividad de la mujer en la religión es­tructurada terminó por desaparecer por completo; lo que sí con­siguió perdurar de un modo «clandestino» fue la posición de la adivina o de la bruja y este se convirtió en el último vínculo con las primitivas religiones matriarcales. 
  La hechicera de la aldea era una experta en la magia de la naturaleza, la curación y las relaciones entre las personas, y tenía la capacidad de interactuar con las es­taciones, su propio ciclo menstrual y su intuición; ayudaba y guiaba a sus semejantes en lo concerniente a la vida y la muerte. Actuaba como iniciadora y transformadora valiéndose de los rituales de transición y dirigía las ceremonias extáticas que llevaban la unión, la fertilidad y la inspiración a su pueblo.
  Estas mujeres simbolizaban el equilibrio de la conciencia y las energías femeninas dentro de una sociedad y una religión domi­nadas por los hombres, pero como desafortunadamente estos po­deres representaban una clara amenaza para la estructura mascu­lina, durante la época medieval se las persiguió sin tregua hasta virtualmente destruir la tradición de la bruja o la hechicera en la sociedad.
  Al atacarlas, los perseguidores no hacían otra cosa que ad­mitir el poder de estas mujeres, pero no fueron esas agresiones las que finalmente destruyeron la brujería: fue el hecho de que con el paso del tiempo la sociedad terminó por negar la existencia de esos poderes femeninos. La bruja se transformó entonces en un objeto de burla. Comenzó a aparecer en los cuentos infantiles e in­cluso durante la víspera de la celebración de Todos los Santos (Halloween) como una figura cómica.
  Lamentablemente, los prime­ros castigos que se les impusieron cada vez que eran capturadas, así como el miedo y la vergüenza que posteriormente provocó su imagen, hicieron que las mujeres dejasen de expresar aquellas ha­bilidades y necesidades que habrían supuesto el resurgimiento de la tradición.
  Los efectos directos de las persecuciones de las brujas todavía se perciben en nuestros días. La sociedad necesita enseñan­zas que reconozcan la naturaleza femenina y sus energías, y sobre todo una serie de pautas claras para su utilización.
  El hecho de que a la mujer se le haya negado la posibilidad de experimentar la espiritualidad en forma activa, la ha llevado a acep­tar una religión estructurada y dominada por los hombres y evidentemente también ha tenido como resultado su total desconoci­miento de su propia espiritualidad innata.
  Para tomar conciencia de ella, la mujer debería salir de la religión masculina y de la mayor parte de la comunidad religiosa. Lo que le resultará extremada­mente difícil si ha crecido dentro de los parámetros de este tipo de religiones y no sabe lo que puede encontrar fuera. Dar este paso, puede ser aterrador debido a la falta de tradición y de guía.  
  La opresión de la espiritualidad femenina, es un evento relativamente reciente en la historia de la humanidad, pero se ha llevado a cabo de un modo tan exhaustivo que sólo quedan rastros de ella en el folklore occi­dental, la arqueología, los mitos y las leyendas. pero sobre todo está presente en el interior de la mujer, que aún necesita ex­perimentarla.
  A partir del siglo XX, período en que la mujer consigue ocupar un lugar más importante dentro de la sociedad, cada vez es mayor su necesidad de expresar su espiritualidad de un modo reconocido. Bajo la presión femenina algunas iglesias cristianas han aceptado
mujeres en el sacerdocio, pero a pesar de que de esta forma reconocen su espiritualidad, se ven obligadas a negar su feminidad. El término "Mujer Sacerdote" en lugar de "sacerdotisa" transforma a la mujer en un socio honorario de la iglesia e ignora su naturaleza femenina y los poderes que le son propios.
  Una mujer no puede ser sacerdote en virtud de su feminidad, pero precisamente esa feminidad y su sexualidad son las que le unen a la conciencia de lo divino, a los ritmos de la vida y al universo. El clero ofrece a la mu­jer un rol espiritual reconocido, pero nada más; la capacidad de existir como un ser espiritual es inherente a su naturaleza y su cuerpo.
  Las sacerdotisas, hechiceras, chamanas o brujas tienen la capacidad de transmitir los poderes de lo divino, y ésta es una facultad típicamente femenina que proviene del conocimiento del propio ser. En otras palabras: convertirse en sacerdotisa significa "bucear" interiormente. La imagen de una mujer que sostiene un cáliz tiene una connotación diferente de la de un hombre en esa misma cir­cunstancia (Se acepte en forma consciente o inconsciente). Tal vez sea eso lo que atemoriza a los hombres y les hace pensar que las mujeres se apoderarán de su religión. Por este motivo es necesario volver a despertar ambas imágenes, que deberían equi­librarse y ser compatibles, con el fin de que se acepten mutuamen­te por derecho propio. Los mitos masculino y femenino no son iguales, pero tampoco están separados: se encuentran intrincadamente entrelazados en equilibrio y armonía.
 En el pasado se reconocía que la naturaleza femenina, tan similar a la de la luna, no hacía más que demostrar el vínculo que unía a la mujer con el universo. A través de su cuerpo ella experimen­taba de forma intuitiva la conexión entre todas las formas de vida, la falta de distinción entre lo divino y la creación, y el ciclo de la vida, la muerte y el renacimiento.
  La sociedad moderna carece de esta comprensión, y resulta difícil asimilarla a menos que las mujeres la experimenten directamente a través de sus cuerpos y los hombres a través de las mujeres. Hoy en día ya no hay sitio para las danzas extáticas, la espiritualidad expresada a través de la sexualidad y el cuerpo, ni para la voz de la profecía o el oráculo; y si bien cada vez son más las mujeres que aprenden a tomar con­ciencia de su naturaleza cíclica, que exploran sus energías cíclicas, su espiritualidad y comparten su conocimiento a través de talleres, ilustraciones y libros. Pero la sociedad continúa desconectada no sólo de los poderes de lo femenino, de la inspiración y la empatía que facilitan el crecimiento y la comprensión, sino también de la necesidad de eliminar el miedo a la muerte y de la unidad conformada por la mente, el cuerpo, la creación y lo divino.
  Con la invasión femenina al mundo masculino, el avance de la mujer ha sido netamente intelectual, solo le falta desarrollar la comprensión intuitiva y la creatividad que conforman la base de su naturaleza. Pero el problema para la mujer está en que no cuenta con arquetipos, ni tradiciones que le indiquen lo que necesita, ni cuáles son sus aptitudes en sus nue­vas experiencias y áreas de trabajo. Por lo que resulta de vital im­portancia que sea ella quien ponga remedio a esta carencia y tras­lade su naturaleza cíclica a su lugar de trabajo y su comunidad; que incite a la sociedad a considerar sus atributos femeninos como una fuerza positiva y sustentadora en todas las áreas de la vida: el trabajo, el mundo empresarial, la familia, las relaciones, la edu­cación, la medicina y todo lo que tiene que ver con el crecimiento de los objetivos personales. También se debe trabajar en lograr la creación de pautas, distintos enfoques y nue­vas tradiciones que sirvan de guía a otras mujeres.
  Es fundamental que cada mujer desarrolle su propia compren­sión y disponga de una guía en su transición entre la infancia y la madurez. La sociedad moderna ha perdido muchos de sus rituales de transición, por ello es necesario que se restablezcan las ceremonias de iniciación a la pubertad, las relacionadas con las estaciones y la luna y las de transformación ante la muerte y el nacimiento.
  Para restablecer la tradición femenina es preciso que se escriban nuevas historias y mitos, que se canten nuevas canciones y se pin­ten nuevos arquetipos. Este despertar conectará a la mujer con la totalidad de su naturaleza y quedará grabado en la conciencia de las generaciones futuras para que nunca más se pierda.

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