domingo, 29 de diciembre de 2013

Un día sin él

  Por Sabrina Ríe (del hermano país de Chile)
  No suelo pensar tanto en él cuando estoy en la oficina, pero hoy ha sido una mañana de esas en que todo sale mal e inevitablemente siento que es por su falta. Lo que me llevó al síncope, fue el instante en que el taco fue separado de mi zapato justo cuando salía del ascensor.
  Fuera de todo el griterío porque la puerta del bendito aparato no lograba cerrarse mientras no quitaban mi odioso taco de ahí. Mis manos buscaron el celular en el bolso, demasiado acostumbrada a que solucione mis problemas, para recién recordar que no podía llamarlo. Quise marcar de todos modos, aunque sea para dejarle un concreto mensaje en su buzón de voz “Esta te costará caro”, pero no lo hice, contuve mi furia para más tarde, cuando lo tuviese frente a mí.
  Comencé a enumerar cada falta en mi cabeza, cuantificando el esfuerzo que me significaba con la envergadura de su castigo.
  Quiero que me sirva y él quiere hacer todo lo que me haga feliz. Le fascina ser de toda la utilidad posible y por esto es que nuestra relación ya llevaba tanto tiempo en pie.
  Perder el control no es parte de mi ser y dejar salir a la sádica que llevo dentro no es algo que disfrute hacer. Pero hoy se lo está ganando.
  Cojeé hasta la zapatería más cercana, a comprar algo que combine con mis ropas, aprobando mi imagen con gesto ceñudo, pensando en cuánto es que dependo de él para todas mis cosas. Luego fui a dejar esos documentos que necesitaban en el banco y recordé que hoy debía conseguir mi propio almuerzo.
  ¿En qué momento me permití depender tanto de él? Necesitarlo hasta para las cosas más insignificantes. Suspiré. Quizás debiese darme un respiro, dejarlo un par de meses y volver a recordar lo que es valerme por mi misma. ¡Y la furia se apoderó de mí nuevamente. Si él estuviese disponible, no estaría pensando estas idioteces, con lo que cuesta encontrar uno que se amolde a todos tus deseos!
  No, sencillamente, esta me las pagará.
  Lo pondré sobre mis piernas, castigaré sus nalgas desnudas e ignoraré toda su excitación, y la mía, olvidándolo en la habitación de al lado. Cocinará y servirá mi comida, pero no le permitiré servirme, ni mirarme, ni siquiera tenerlo en mi presencia. Usaré el spa para pies, ese que me regaló mi hermana. Ni siquiera podrá dormir como un perro al final de mi cama.
  Terminado el día laboral, bajo hasta el estacionamiento, recordando que hasta tendré que conducir hasta mi casa. Permitiendo que la ira crezca dentro de mí. ¿En qué momento se me ocurrió que estaba bien consentirle ir a esa exposición de arte? Claro, fui yo la que lo motivó a desarrollar sus habilidades, porque me gustaba ver sus obras. Realmente es un artista. Para qué decir el desastre de hombre que era antes de conocerme, con un trabajo que no le gustaba, tímido e inseguro. Hoy se paraba delante de cualquiera con prestancia, haciéndome sentir orgullosa del hombre que tengo al lado y que solo me sirve a mí, en todos y cada uno de los caprichos que se me ocurran.
  Definitivamente debo cortar con esto, nunca quise sentirme de este modo, porque al final, él será mi perfecto sumiso, pero depender a este nivel, me hace sentir sometida de tan importantes maneras.
  Detengo el vehículo en la entrada de mi casa y golpeo el volante con fuerza, demasiado molesta para contenerme. Tomo mis zapatos inservibles del asiento trasero y me deslizo hasta la puerta, buscando las llaves dentro del bolso.
  Lo veo en cuanto abro la puerta, completamente desnudo, arrodillado en el suelo, la mirada abajo y, entre sus manos, la varilla que yo misma le hice confeccionar, para los castigos más severos. Se me forma un nudo en la garganta y mis ojos se llenan de lágrimas. Tragando rápidamente para alejar esa clase de debilidad.
  Sé que ya notó los zapatos nuevos en mis pies, porque no son los que él me colocó esa mañana, pero no tuve suficiente con eso, dejando caer los inservibles sobre su espalda, apenas alcanzando a ocultar el respingo de su cuerpo, continué mi camino.
  Suspiré al entrar en mi dormitorio, desnudándome al ver el vestido sobre la cama, refrescante y cómodo. Luego de una ducha, fui hasta la cocina, en la mesa junto a la ventana estaba mi plato servido.
  - ¡Ven aquí!
  Me senté, sin esperar su ayuda y bebí del jugo de frambuesa recién preparado, sintiendo el susurro de sus movimientos en el suelo, avanzando hacia mí como el perfecto perro, arrodillándose a mi lado. Sé qué quiere hablar, los involuntarios movimientos de sus manos lo delatan, pero sigo comiendo, pausadamente, saboreando mi platillo favorito.
  - ¿Cómo te fue en la exposición? – suelta el aire con alivio.
  - Lo siento, mi Ama, no puedo soportar la idea de haberle hecho falta… - poso un dedo en sus labios y guarda silencio de inmediato.
  - Ya me pedirás disculpas – y su cuerpo se tensa en anticipación – quiero saber cómo te fue.
  - Los vendí todos, mi Ama – murmura con tristeza.
  - ¿Y eso no te pone contento? – alcanzo a ver el atisbo de una sonrisa, pero compone su expresión apesadumbrada de inmediato.
  - Sí, mi Ama, porque es gracias a usted, yo no sería nada sin usted.
  - Yo no te he dado tu talento – tomo su barbilla entre mis dedos y beso sus labios suavemente – felicitaciones.
  - Gracias, mi Ama.
  - Ahora ve al dormitorio, vamos a ver cómo se me ocurre que me pidas disculpas.
  - Gracias, mi Ama.
 
  Y sonrío de ver cómo mi perrito se aleja, moviendo su colita, lleno de felicidad por mí.

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