jueves, 4 de febrero de 2016

Mi viaje a Irlanda - Parte I

  Como me considero un gran apasionado por todo lo femenino, decidí planificar unas vacaciones para descubrir Irlanda, la cuna de las "Mujeres Celtas"; como así también fue la tierra que vió nacer al Almirante William Brown que luego de nacionalizarse argentino se convertiría en el fundador de la Armada Argentina. Irlanda también es el lugar mágico donde viven las hadas y los duendes, pero en eso seres me cuesta mucho encontrarle algún interés. Obviamente que si se llegara a aparecer alguno de ellos cambiaría inmediatamente de opinión.
  El propósito del viaje era más bien una investigación histórica, social y cultural de la isla. Por eso con suficiente tiempo hice todos los preparativos y consideré que la mejor fecha sería la segunda quincena de abril, en plena primavera. Si bien tengo entendido que Irlanda se puede visitar en cualquier época del año. Salvo en invierno que suele ser más frío y lluvioso, pero consideré que en abril el verde y las flores estarían en su mejor momento.  
  Reservé un vuelo de Aer Lingus que no tenía escalas y que partió puntualmente del Aeropuerto Internacional de Toronto el viernes 17 de abril del 2015 a las 17:55. El vuelo se hizo en un Airbus 330-300. Si bien prefiero volar en aviones Boeing, debo reconocer que el vuelo fue muy confortable y que el servicio de la tripulación fue excelente. No hay cosas interesantes para decir sobre el vuelo, porque al salir sobre todo el territorio canadiense que sobrevolamos hubo mucha nubosidad y una vez en el aire me sumergí en la lectura sobre las Mujeres Celtas.
  Aprendí que las mujeres celtas representaron un papel fascinante en su sociedad. Esto contrastaba con la posición que ocupaban en otras culturas paganas europeas. Superando en derechos y en status a otras mujeres de sociedades que en la época eran ya muy avanzadas como el caso de los griegos y los romanos.
  La mujer celta rompía esquemas. En la sociedad celta se encontraban numerosas figuras femeninas desempeñando cargos públicos de máxima autoridad. Las sagas apoyan la idea de las mujeres como guerreras, reinas que aparecen en muchas historias y leyendas: Medb de Connacht, Scathach, Aoife, La guerrera campeona Credne entre los viejos y rudos soldados celtas. Otros ejemplos son Fianna, Coinched, Estiu. También está el caso de Cartimandua, que casada con Venutios, que intentó arrebatarle el reino, se divorció de él y se casó con su auriga Vellocatos. La jefa Gala Onomaris, que condujo a las tribus celtas hacia Iberia. Chiomara, esposa de Ortagión, jefe de los olistoboios, que aglutinó a los celtas gálatas contra Roma. Y así muchas mas guerreras. También las mujeres celtas eran enviadas a menudo como embajadoras, tomando incluso parte activa en un tratado con el general cartaginés Aníbal. Todo ello para no hablar de las reinas del Otro Mundo, que sin duda eran signos de una actitud mental que el patriarcado romano no pudo desarraigar del espíritu celta.
  Las Divinidades femeninas son muy numerosas en las creencias celtas. Tácito, en sus Anales, define de forma muy desconcertante (para él), como los celtas no tenían ninguna objeción a ser dirigidos por una mujer, y no había regla de distinción para excluir a la línea femenina de la dirección de los ejércitos.
  Tanto griegos como romanos estaban muy estupefactos por la libertad e individualidad de las mujeres celtas. Podían ejercer muchas profesiones, desde guerreras hasta druidas, pasando por todos los estadios de autoridad suprema. Podían heredar propiedades y seguían siendo propietarias de cualquier bien que aportaran al matrimonio. Si éste se disolvía, no sólo se llevaba sus propiedades, sino también todo aquello que su marido le hubiese regalado o dado. El divorcio por supuesto estaba permitido, y ese derecho lo podían solicitar tanto hombres como mujeres.
  Una mujer era responsable de sus propias deudas, pero no de las de su marido y si este caía en desgracia ante la sociedad, su mujer no se veía afectada en su condición de miembro de la comunidad.
  Leyendo y dormitando se pasaron las seis horas y media de vuelo, la mayor parte del vuelo fue sobre el Oceano Atlántico y de noche, por lo que anticipando tales circunstancias había elegido pasillo, para poder moverme por el avión y estirar las piernas cada tanto sin estar molestando a nadie. Esa fue otra decisión acertada, porque mi compañera de asiento fue una señora asiática de unos 50 años que ni bien se sentó se durmió. Supongo que habría tomado algun sedante o cosa por el estilo. Pero la cuestión es que con ella solo intercambie las palabras de cortesia y nada más. 
  Finalmente aterrizamos en Dublin el sábado 18 a las 5:30 hora local. Como no tenía ingreso en el Hotel Phoenix Park House hasta las 10:00, decidí tomar un buen desayuno en una de las confiterias del mismo Aeropuerto de Dublin. El Sol despuntó con toda su majestuosidad en un cielo impecable. Esa sola vista ya justificaba el viaje, pero interiormente sabía que eso era solo el comienzo de 10 días que habia cargado de actividades para realizar.
  Tomé un bus charter que comunicaba el Aeropuerto con la Dublin Heuston Train Station. Esa estación se encuentra muy cerca del hotel y como no llevaba mucho equipaje, opté por caminar; era solo cruzar el Río Liffey por el puente Sean Heuston y después una cuadra más por Parkgate Street hasta Infirmary Road.
  En el hotel ya estaba hecha la reserva y a pesar de haber realizado el check in antes de las 9:00 me asignaron inmediatamente una hermosa habitación en el segundo piso. El Hotel no tiene nada de lujos, por el contrario es más bien pequeño, de solo dos pisos, pero adecuado perfectamente a mi presupuesto y mis necesidades.
  Me doy una ducha rápida, ordeno la poca ropa que llevo, ajusto relojes y durante ese sábado la idea era conocer los alrededores del barrio para ubicarme y luego caminar por la rivera del Río Liffey hasta North Wall y hacer unas fotos del Puerto en Point Village.
  La temperatura pronosticada no superaba los 15 grados, por lo que estaba bárbaro para caminar bajo el sol no muy abrigado.
  Describir Dublín y ser objetivo no es tan sencillo para mí, porque me invaden los sentimientos que me llevaron a ese maravilloso país. Pero con solo decir que fue fundada por los vikingos en el año 841 ya les tendría que crear una imagen de la gran historia que hay en cada una de sus calles. La población propia de la ciudad supera el millón cien mil habitantes, que al caminar por sus calles no se notan tanto. Pareciera tener el tamaño y las proporciones ideales, un equilibrio que para nada se da en Buenos Aires.
  Caminar por la rivera encierra todo un romanticismo, en su mayoría son edificaciones de tres o cuatro pisos, con grandes ventanas rectangulares. Los colores son diversos, se mezclan los que tienen frente de ladrillos, con aquellos otros de paredes lisas en diferentes colores pastel contrastando de repente con uno rojo, azul o verde. Cualquiera de ellos en excelente condiciones de mantenimiento.
  En mi recorrido, me quedo asombrado con la belleza y la modernidad del Dublin Convention Centre, también me vi tentado en almorzar en el Restaurante J2, pero preferí ser más austero y tomar un rica cerveza con un tostado en Dublin Wine Room. Luego de esa escala decido volver hacia el hotel por la Mayor Street Lower, que se convierte George´s Dock Street y más adelante en Abbey Street. Eso sí confunde mucho en Dublin, porque la misma calle o avenida cambia muchas veces de nombre en cuestión de un par de cuadras, pero no por eso uno se pierde.
  En esas primeras horas ya tenía más de 300 fotos, una locura, cualquier cosa que llamaba mi atención, "click", todo lo quería registrar, porque desconfiaba en que mi memoria pudiera retener todo lo que a cada paso iba descubriendo.
  Si bien todo me sorprendía, también debo reconocer que a veces me sentía un poco triste al no tener a nadie a mi lado con quien compartir todo aquello. De tener una agradable compañia femenina todo hubiera sido más lindo y sin lugar a dudas que se disfrutaría más.

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