miércoles, 12 de agosto de 2015

El árbol transplantado

  En algún momento fui un árbol común y corriente del bosque. Previamente hubieron personas que trabajaron en la germinación. Pero a quien más recuerdo, es aquella mujer que me llevó a tierra fértil, la que abonó mis raíces y cuidó de mi por años. Fue ella quien me permitió sobrevivir a las primeras tormentas y después de 18 años de amor y dedicación, hicieron que me sintiera el árbol más verde y el que contaba con las ramas más largas; porque a esa mujer era muy raro que se le ocurriera podar alguna de ellas. Por el contrario, me dejaba crecer en todo sentido. Y gracias a eso, cada tanto me permitía soñar que alguna vez iba a tocar la Luna.
  Fue en aquel tiempo de esplendor y gloria que una Princesa apareció y valoró particularmente el trabajo que se había hecho sobre mí. Se comenzó a imaginar cómo me vería yo en su Palacio frente a la ventana de su dormitorio. La princesa sabía que para eso, previamente tenía que sacar un árbol, que ella había puesto en ese lugar, pero que para nada fue lo que ella esperaba.
  La idea iba y venía de su cabeza, hasta que un buen día tomó la decisión. No fue para nada fácil aceptar tal situación para quien había cuidado tan bien de mí por tantos años. Pero al final terminó accediendo, porque para ella en todo ese tiempo, yo nunca había dado ningún fruto y ella soñaba mucho con eso.
  Fue así que se hicieron los preparativos para ser trasplantado al palacio de la Princesa y puesto exactamente en el mismo lugar que ocupaba el otro árbol.
  Estando yo ahí, la Princesa me convenció de que le ofrecía mejor sombra y protección que el árbol anterior. Ella sintió por primera vez que alguien perfumaba su vida con diferentes aromas. Que orgullo y que gran honor para mí poder ser tan importante para la Princesa. Gracias a eso, casi no hubo razón, ni tiempo para extrañar el bosque, porque rápidamente traté de adaptarme a convivir con las reglas del palacio, donde curiosamente mandaba mucho más la Reina, que el Rey.
  La Princesa trató de brindarme todo el tiempo las mismas atenciones y cuidados que recibía anteriormente, pero la tierra del palacio era poco fértil. Además los chicos, se colgaban de las ramas, se trepaban y saltaban sobre ellas. Esas eran experiencias por las que yo nunca había pasado.
  Con el tiempo fui perdiendo hojas, algunas ramas se fueron secando y por más que la Princesa pusiera todo su empeño por evitarlo, era lo que me estaba pasando. Fue entonces que por el gran amor que sentía por la Princesa, le dije que cortara mis ramas y dejara solo aquellas que estaban cerca de su habitación, para que continúe recibiendo mis aromas y protección. Digamos que ella con gran alegría accedió y con serrucho en mano comenzó a cortar. Algunas ramas por sugerencia mía, otras por pura decisión de ella.
  Eso no fue tarea de un día, sino más bien un proceso de meses y poco a poco comenzó a cargarse con culpa. Si bien yo me sentía fantástico, porque sentía que las ramas que iban a su dormitorio estaban fuertes como nunca antes y cumplían perfectamente con su propósito, pero fui dejando de ser funcional a los demás. Ahora los niños ya no tenían donde colgarse y dejé de interesarles. Es más, les comencé a molestar y veían que sin mí en el jardín, habría mucho más lugar para ellos. Estéticamente desde el principio no me ajustaba a lo que los reyes hubieran querido para su Princesa.
  Por dentro, la Princesa estaba dividida, porque sabía que había encontrado el árbol con el que siempre había soñado frente a su ventana. Por primera vez en toda su vida, la vista desde allí era perfecta. Hacia donde mirara, los paisajes tenían un hermoso contraste. El viento y la luz ya no la castigaban porque todo pasaba por el filtro de mis hojas y ramas. Ella era muy feliz conmigo y yo era muy feliz con ella.
  Yo creo que el mal no soportó ver tanta felicidad entre dos seres y atacó cada vez con más fuerza, hasta que la princesa no aguantó más y decidió quitar el árbol para que los demás sean felices y ver si de esa forma lograba tener paz y tranquilidad.
  Hizo todos los arreglos para que me trasplantaran al mejor lugar del mundo y se aseguró de que yo estuviera bien. En el agujero que había quedado donde estaba, lo cubrió con piedras y cal para que nada más creciera u ocupara ese lugar. Ni siquiera yo podría volver a estar ahí.
  Ahora, acá estoy, adaptándome a un nuevo lugar, con un clima y gente completamente diferente a lo que estaba acostumbrado a ver. En los comienzos del crudo invierno alguien apareció para cuidarme, alguien que supo que soy un árbol de otro lugar, que quiere que sobreviva y me adapte a esta nueva tierra.
  Lo último que aconteció, fue recibir la visita de pájaros provenientes del bosque donde crecí; y me dicen que hay alguien que está tratándome de encontrar.
  Que locura de vida. Si tan siquiera pudiera imaginarme ¿Cómo irá a terminar?

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