jueves, 17 de marzo de 2016

Sensaciones encontradas

  Del sitio amigo Ella manda, yo obedezco les quiero compartir una publicación donde el autor describe el sentir de un sumiso en un momento de soledad y vacío. En lo personal debo reconocer haberme sentido así en algún momento de mi vida.
  A veces nos sentamos a la sombra del conformismo y de la resignación. Nos sumamos a una cola en la que pensamos que no existe nuestro turno. Nos convencemos de que estamos formando parte de una historia preciosa y de que disfrutamos del paisaje que nos rodea mientras esperamos. Parece que con eso ya debería ser suficiente para sentirnos vivos.
  ¿Por qué estamos haciendo cola entonces? Porque nunca habíamos visto algo parecido, porque sentimos que si no lo hacemos nos arrepentiremos toda la vida, porque no estaremos aquí más de cuatro o cinco días y hay cosas que ocurrirán como mucho uno (si tienes suerte o lo hayas buscado).
  Sin embargo, no arriesgamos más de lo necesario, porque seguimos sin creer en nuestras posibilidades. Más bien creemos que todas las cartas están marcadas y que somos los únicos que desconocemos el truco. Dejamos que nuestros miedos y dudas dancen burlonamente sobre el tapete.
  El crupier nos sonríe mientras baraja: ya ha visto este esperpento cientos y miles de veces antes. Pero en ocasiones los astros se alinean y la vida se presenta en forma de sueño, para despistarnos y poner a prueba nuestras ganas de vivir, y es ahí cuando llega tu turno. Sí, sí, es a ti; ¿o ves a alguien más?
  Tu cara refleja una mezcla de "esto debe de ser una broma" y "no es posible que me haya tocado a mí". Miras tu número y miras a la pantalla. Una y otra vez, comparas y buscas la más sútil de las diferencias; como si existieran siete como en los pasatiempos del periódico. "Tiene que haberla, tiene que haberla...". Cuando te quieres dar cuenta, alguien te adelanta chocando casualmente contra tu hombro para descolocarte del todo. Qué coincidencia (piensas ingenuamente): ya ha pasado tu turno.
  Bajas la cabeza, sonríes sádicamente contra ti mismo, te insultas con saña y mientras recibes la paliza sicológica del siglo, te aferras firmemente a la idea de que ya nunca volverás a hacer cola en ese lugar.
  Aun queda lo mejor: te has marchado compadeciéndote de ti egoístamente y nisiquiera has reparado en el daño que has provocado. Es posible que hayas sido la gota que colma un vaso y que en vez de desbordarse se rompa en miles o millones de pedazos.
  Tranquilo. No es tu vida; era sólo una simulación. Tú todavía puedes evitarlo.

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